La escultura no tiene secretos, se muestra tal cual. Encierra una idea caprichosa que se muestra sobre un boceto de papel. Quiere dar un paso más, despertar y tomar vida en bronce mostrar su realidad, con ansias de contarnos algo…
Era poquita cosa y su infancia discurría en la plaza del Altozano, con trapo rojo en mano, cual capote, embistiendo a todo aquello que se le ponía por delante, junto a sus amigos de correrías, su juego predilecto. Un ojo avizor le dio de propina un duro, ese mismo que gritó con temple el mejor de los augurios, ¡tú serás torero!
El Pasmo de Triana está vestido de luces, a punto de iniciar el paseillo en la Real Maestranza de Caballería, equilibrando los machos de su montera. De semblante inconfundible muestra su mentón prominente. Porta empaque y tronío, aspirando a la muerte, cual toro bravo que arremete.
Una creación meditada cobra su acento. Las roturas dramáticas en su figura le hacen ser singular, denotando personalidad, pareciera envuelto en su propio capote.
Un hueco abierto en el torso del diestro invita a asomarse, esa genialidad del arte. Una perfecta orientación milimetrada, de encuadre impecable, cobra sentido cuando en sus adentros aparece ella, sublime y majestuosa. Ya no existe vacío, pues la Giralda ocupa orgullosa su espacio. El amor que se procesaban queda patente.
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