Un enorme escudo de bronce hacía las veces de cuna, su balanceo calmaba al pequeño, siempre tan inquieto. De rizos dorados y cara angelical, cautivaba a cualquier ser. Sus destrezas innatas y desorbitadas para su edad, sin percibir el peligro, mostraban sin duda, una personalidad un tanto arrolladora.
Semidiós por excelencia, Hércules, hijo de Zeus y la mortal Alcmena, con su divina e inaudita fuerza, se ganó a pulso, con valor y coraje, ese lugar tan singular en los altares de los líderes con honores, en el mismísimo Olimpo.
Una de tantas noches, donde las inseguridades revoloteaban cerca, el destello del aura de aquella ninfa desveló los sueños de Hércules que entre susurros le desveló: serás fundador de una ciudad, de nombre Sevilla. Desconcertado por tan inesperado presagio quiso corroborarlo ante el Oráculo de Delfos, confiando ciegamente en el gran recinto sagrado, ese lugar donde se unen las fuerzas más importantes de todo el universo.
Tomó rumbo y peregrinó ante sus puertas, una frase allí inscrita le daba la bienvenida: “conócete a ti mismo”. La multitud de creyentes abarrotaban su entrada, ante colas de espera interminables, aguardó como uno más, sin embargo, obtuvo “la prioridad de consulta” delatando sin querer su digno estatus, hijo de dioses.
Fue entonces guiado hacia la parte más recóndita del templo. Allí, descendiendo entre pasajes subterráneos se daría el esperado encuentro, cual ritual, con la pitia sacerdotisa, que apoyada en el afamado bastón de laurel, comenzó a desojarlo, haciendo ahínco en sus pesquisas. Con actitud reflexiva y respetuosa, Hércules realizó su consulta, a sabiendas, que solo Delfos, todo lo confirmaría.
Ahora tocaba interpretar sus palabras, sus murmullos incoherentes entrando en trance para posteriormente comunicarse con la divinidad y entregarle por escrito la respuesta del oráculo que sería formulada solemnemente en verso.
Y Hércules, leyó:
“Surcarás y te abrirás paso al Atlántico. A contracorriente colocarás dos columnas, delimitando un antes y un después. Te daré a Sevilla, pues solo un dios puede fundarla. Allanarás el terreno con tu piel de león, cual armadura, protegiendo a tu ciudad por siempre. Ella será tu refugio cuando las fuerzas decaigan”.
El gran héroe, no pudo contenerse, secó sus lágrimas y acató punto por punto tan divino futuro. Hoy en día lidera una Alameda desde lo alto, como siempre, de forma heroica, por y para la grandeza y gloria de Sevilla…
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