Una mañana de jueves, entre café y café, un banco solitario al sol, una lata de refresco de cola sin azúcar y sin cafeína magullada por el apretón del olvidadizo que la dejó en el suelo, una papelera a medio llenar y unos columpios silenciosos dibujan mis vistas.
Mi sombra, concentrada cerca de mi, los rayos del sol calientan mi cuello mientras me dispongo a imaginar líneas imposibles que llenen mi sombra antes que la palabra.
Colores alternados le dan matices infantiles a la valla, barrera salvable que separa la arboleda del tobogán.
Unos pajarillos se van dando los buenos días bajo un cielo azul cielo de Sevilla y visten de gala mi día.
Líneas siempre curvas, libres pero entrelazadas que ponen de manifiesto la paz de este momento de paz, mientras mi hoja comienza a llenarse de palabras dibujadas.
No hay nubes que pintar y no puedo mirar a la derecha, nunca pude. El Sol le da una profundidad a mi papel llenándolo de matices, llevándome de la mano para trazar este momento imborrable.
Esta soledad necesaria se dibuja sola, como lo estoy yo en este momento junto a mi cuaderno de recuerdos pintados.
Mañana quizás vuelva a dibujarte. Hoy, contigo ya tengo bastante.
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