Cuando vives en el pleno convencimiento, tus pinceles son capaces de sacar a la luz esa seguridad y sí, todos tenemos sitio en este maravilloso mundo de luz y colores donde una ventana con vistas a un olivar es el ojo inmenso de buey aunque rectangular por donde el haz de vida entra en forma de esa luz que os comentaba.
¿Y cómo te dibujo a ti o a ti o a mi? Pues simplemente dejé volar los pinceles, saqué un nuevo lienzo y sobre él comencé a realizar trazos sin sentido, con mucho sentido, inundando la hoja de matices en todas las tonalidades que se iban entremezclando creando un mundo multidisciplinar, multifuncional, multiracial y donde la humanidad transitaba de un color a otro manchándose los pies y las manos de todos esos colores con la única condición de pintar una línea curva en el humano con el que se topara y sonreírle.
Así, todos terminábamos coloreados como si la vida la hubiesen creado unos niños jugando con esos colores de dedos que tan “altamiranas” dejan las paredes y donde no se distinguían rasgos ni razas ni colores ni distinciones formando entre todos un arco iris infinito que cobra vida con cada sonrisa.
Luego, colocas el lienzo en un lugar privilegiado y pones las noticias y te entran ganas de destrozar el dibujo y tirarlo a la papelera, sin reciclar ni nada. Maldita humanidad que no me apetece dibujar.