No, no esperen metáforas aunque mi nombre rime con la prostituta del pasodoble. Tampoco esperen una noticia bonita, ni camisetas moradas ni tan siquiera un puño en alto por este 8M, no tengo tiempo.
A mis muchos años, -a una señora nunca se le pregunta la edad-, mi vida se basa en tratar de hacer felices a mis dos hijas, fruto de un matrimonio fallido. El supuesto amor de juventud, motero, guapo, fuerte fibroso aunque no muy fuerte y un tatuaje muy atractivo en el bíceps se convirtió en un demonio con varias cabezas pero sin cerebro, vividor empedernido, alcohólico y probador de otras tantas cosas y tras unos años de felicidad, supuestamente solo por mi parte, nos dejó a las tres con un portazo y un golpe seco en mi cara del cual prefiero no hablar. Dolió más el alma que los dedos marcados en mi cara.
Desde entonces, trabajos mal remunerados, nóminas irrisorias y horas extras no cobradas por todos lados. No había excusas y sí dos preciosidades que alimentar, cuidar, mimar y hacerlas unas mujeres con estudios para que no pasaran por lo que yo.
Pero los años pasan y sin ser una viejecita, ni mucho menos, los mil trabajos se simplificaron a las dignas escaleras de un par de pisos de obreros que con esfuerzo pagaban como podían para que las espaldas dañadas por otros esclavizadores trabajos no se resintieran más de lo menester.
Un buen día…
(Perdonen el silencio, necesitaba tragar saliva y secar alguna lágrima…)
Un buen día la necesidad apremiaba y los pagos se acumulaban y el destino, maldito él, me puso delante un caballero, sin caballo, poco señor, que me ofreció dinero por un servicio sin nómina aunque con pago en el acto. Y el acto se consumó a pesar de todo. No puedo tampoco hablar mal de su trato, pues su trato fue trato hecho.
Hoy, quinceañeras me hablan de igualdad, de derechos con caras pintadas y ninguna habla de obligaciones mientras veo a mis hijas luchando entre libros para llegar a ser lo que un día sus abuelos no pudieron darme por culpa de la propia vida y la realidad del momento.
No sé si reír, llorar o aplaudir por los sacrificios hechos para que mis dos mujeres ya adultas puedan cumplir los sueños que yo nunca pude.
No me hagan mucho caso, quizás mi sumisión es de otra época y sí toca que se lancéis todas a las calles y gritéis y exijáis pero sabiendo que somos, sois mujeres y que la igualdad hay que entenderla.
Esto no va de ser iguales a los hombres, no lo somos, si no de exigir la igualdad de oportunidades, la igualdad económica en puestos iguales y sobre todo, que los gobiernos castiguen esos putos maltratos machistas aunque hoy solo sea 8M.
Aún así, perdonen que no acuda a ninguna manifestación, necesito el dinero de la casa donde hoy me toca demostrar esa supuesta igualdad.
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