Hoy dudé de mi vida, de la que tanto alardeo en mi convencimiento…
Solo diez minutos bastaron para que todas las luces se apagaran y las tinieblas rondaran mi cerebro machacándolo, inundándolo de recuerdos del pasado, de pequeños demonios correteando risueños a mi alrededor pellizcando hasta el dolor mis mejillas, mis brazos,…
Solo diez minutos fueron, ha sido suficientes para mostrarme lo que ya sabía y no quería saber, para dejarme entrever lo que no deseo ver, lo que no se puede prever. Yo, que trato de que nada permee bajo mi piel salvo el vino con el que riego mis adentros, yo que maldigo a la humanidad y me río de ella he sido objeto de una hostia de realidad, un muro indestructible contra el que choqué, sin frenos.
Del todo a la nada, de la plenitud a la vaciedad, del despilfarro a la imposibilidad de ahorro, del rebose a la sequedad, de la abundancia a la carestía,… del cartón de vino recién abierto al cartón de vino vacío.
Solo en diez minutos he caído al mundo de la realidad real y no la paralela en la que me gusta sentirme confortable. Y todo, en diez minutos inesperados. Diez minutos aleatorios que la vida te tiene reservados para mostrarte y demostrarte que una nube puede ponerte chorreando y destrozar todo tu castillo de cartones callejeros en los que la felicidad rebosaba.
Luego, empapado pero con la rutina de la vida me dispuse a cambiar de acerado buscando nuevos ladrillos y creando mi nuevo paraíso de cartón mientras se dejaba de ver la nube y el sol habitaba nuevamente los cielos de la ciudad.
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