Cae la noche, fría y silenciosa mientras el último pase toca a su fin.
Poco a poco van marchándose niños, padres y abuelos y con ellos se marcha el ruido, el estruendo y el propio día.
Cae la noche, los tigres descansan tras la cena, los elefantes duermen a trompa suelta y los leones, tras cepillarse sus colmillos y alisarse sus melenas reposan para el día siguiente.
Se apagan todas las luces. Queda una al fondo, el maestro de ceremonias guarda su sonrisa en el baúl junto a su sombrero de pico, su chaqué de brillos y se calza sus zapatillas que comienzan a clarear por la punta, al igual que su coronilla. El desgaste propio del que regala sus días al público que, a ratos, aplaude a su equipo mientras él se desvive por ello e incluso se emociona. Lágrimas reales, no como las de los cocodrilos del foso que también descansan…
Cae la noche y el estruendo se hace invisible, hay más ruido fuera que dentro de la carpa, aunque menos que en el interior del corazón del maestro que no deja pasar un instante quieta su mente repasando cada kilómetro de red por si cediera la cuerda, supervisa las cuchillas de la caja de magia para el que el corte sea elegante y la guapa acompañante no sufra ningún rasguño.
Hay tormenta en su interior, el miedo a que el hombre bala caiga más allá o que el traje ignífugo pierda sus prestaciones y sufra alguna quemadura por efecto de esos aros que arden en su alma le quitan el sueño. Truenos, rayos y centellas que chocan, hacen eco y rebotan entre ellos en un castañear de dientes incontrolable mientras el frío se adentra por su pijama de cuadros. Vuelven los miedos, los miedos y las inseguridades, todas silenciosas, calladas, ocultas y tapadas durante una noche donde ni la concentración hace gala de una aparición inesperada y le permite aferrarse al sueño tras la lectura de unas páginas del mismo libro que empezó hace meses… quizás algún año.
A las claritas del día, el agotamiento hizo su efecto y la cabeza, por efecto de la gravedad cayó justo un pulso de segundos antes de que sonara el despertador y tuviera que volver a colocarse la sonrisa.
Amanece un nuevo día. Todos con energías renovadas a lucir sus trajes de fiesta para volver a hacer felices a los demás mientras los miedos ocupan el rinconcito de la sonrisa hasta que llegue nuevamente la noche.
Y ahora, tras leer mis palabras, díganme si nuestra vida es o no es un gran circo.
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