Si alguna vez las musas estuvieron conmigo, perdieron su fuerza, su encanto, su magia desvaneciéndose mi creatividad y desarmándome. Y es que quiero decirte tantas cosas, tantas. Me aterra el quedarme sin palabras para ti. Sería muy doloroso, descabellado quizá, impensable. Porque todo gira en torno a ti, y a ti me debo.
Dime qué puedo decirte que no te haya dicho ya. Todo me parece poco, siempre es poco, porque sé a ciencia cierta, que todo es insuficiente. Las palabras de esta ingenua aprendiz, es poca cosa para tanta grandeza.
Solo pronunciar tu nombre, la piel se me eriza, un cosquilleo corre por mis adentros y un orgullo infinito me hace mirarte de frente, de espalda, de soslayo, para incluso divisarte en el horizonte, y bendecir a esta tierra mariana que me enamora cada día, Sevilla mía.
Esta vez no quiero documentarme, no quiero inspirarme en sus poetas, en sus pintores, arquitectos, reyes y príncipes, eruditos todos. Tampoco en su cultura, donde aquellos árabes recelosos se vieron obligados a cederla, cual mayor de sus logros, cual tesoro, ante nuestro rey cristiano. Nada de su duende, ese que anda por ahí, haciendo de las suyas, embelesando a doquier, consiguiendo adeptos, porque quererte es fácil, contagiando sevillanía a quien quiera aceptarla, incluso al mayor de los escépticos.
Paseándote, en mi caminar, toqué en diferentes puertas, esas grandiosas, que traspasas y la calma cual anfitriona, te da la bienvenida, el silencio te acompaña y las benditas imágenes, titulares de hermandades, te recogen sin más. A cuál más bella, a cuál más sublime, reconfortantes para el alma, sin duda.
Y fue la música, la que por momentos, captó mi atención. Coqueteó conmigo, rindiéndome a sus pies, música es. Aquel artista callejero me hipnotizó con sus acordes, una coplilla tocada con arte, la misma que recitaba tal que así: “decir Sevilla, parece cosa sencilla y tiene mucho que decir…”
Y un folio en blanco dejó de estarlo, las letras surgieron sin más y una nueva historia pude contar, una más y otra más y….
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