Cuando lo escuché por primera vez el miedo se apoderó de mí y no latido se disparó hasta el extremo de que mi reloj me avisó del exceso de frecuencia cardiaca.
Cada vez que lo escuchaba se aceleraban los míos entremezclando sentimientos; los miedos, infinitos, y la alegría desbordada se amontonaban, trataban de compensarse buscando un equilibrio mental que me ayudaban a seguir en mi día a día sin darle más importancia de la que tenía.
Mientras, otro corazón me robaba y me roba el mío y suyo des para siempre si ella o tu lo necesita.
Pasaron los meses con todos sus miedos y todos sus días y sin hacer mucho ruido pasaron las primeras horas, incluso los primeros días y ya parecía que llevaras toda una vida con nosotros. Así, sin darnos cuenta porque el tiempo, despiadado, no espera ni aguarda y no caben tiempos muertos para reconducir el partido con una estrategia más defensiva o ser capaz de decidir quién se tira el triple en en segundo último de ese jueves cualquiera.
Y siguieron pasando meses y ya encontraste tu sitio, has sabido hacerlo, latido a latido, mirada a mirada, biberón a biberón y hoy he sentido, más de un año después de aquella primera vez que oí el tuyo, como mis latidos casi se detenían buscando un silencio pectoral donde el movimiento fuera mínimo para que los tuyos fueran los que marcaran los míos y entre los míos callados, y los tuyos que se inducen, nuestros pechos, al unísono han elaborado un adagio de sensaciones que han desembocado en un plácido sueño de esos que tú necesitas y que a mí me dan vida, recargándome las pilas para seguir en la batalla del día a día.
Dos pechos unidos, dos corazones, acompañados y nuestros latidos, lentos y sentidos, marcando el ritmo de la vida.
Que no se pare el mundo porque yo no quiero bajarme pero que esos latidos siempre sean capaces de frenar en seco los míos y como simbiosis vital, lleven los tuyos a una calma maravillosa.
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