
Noa se encontraba frente a la ventana, mirando la ciudad desde su apartamento en el quinto piso. La lluvia golpeaba suavemente contra el cristal, creando un murmullo que parecía arrullar el caos en su mente. Tenía 38 años, y a pesar de que su vida parecía estar resuelta en papel—una carrera estable, una relación que se deslizaba por la rutina y una casa que no dejaba de crecer en compromisos—había algo dentro de ella que la mantenía inquieta, insatisfecha. Había llegado a un punto en su vida donde todo parecía ser una repetición. Se levantaba cada mañana, iba al trabajo, hacía las tareas que le competían en su hogar, y repetía el ciclo una y otra vez.
Había momentos, sin embargo, en los que la idea de cambiar algo, de hacer algo diferente, la invadía con una fuerza tan arrolladora que casi le quitaba el aire. Pero siempre cedía al miedo. Miedo a lo que los demás pensarían. Miedo a fracasar. Miedo a que, si algo cambiaba, todo lo que había construido se desmoronara. La vida, parecía decirle, no era para arriesgarse. No era para soñadores.
Pero esa noche, algo en el aire era diferente. Había terminado una jornada particularmente pesada en el trabajo, donde su jefe le había asignado un proyecto complicado que, en lugar de inspirarla, solo la había sumido más en la rutina de los «debería». Mientras tomaba un café en su cocina, su mente comenzó a vagar, imaginando una vida distinta. ¿Qué pasaría si dijera sí a esa sensación inexplicable que la hacía sentirse viva? ¿Qué pasaría si dejara atrás los miedos, las excusas, y simplemente… lo intentará?
Pensó en todos los sueños que había dejado en pausa: aprender a pintar, viajar por el mundo, escribir una novela, explorar nuevas posibilidades en su carrera. Pensó en las veces que había mirado el calendario y se había dado cuenta de que otro año pasaba, y sus sueños seguían siendo solo eso, sueños. Pero esta vez, no quiso dejarlo escapar.
Con el corazón acelerado, Noa cerró los ojos y dio el primer paso. Pensó en todos los miedos que la habían detenido hasta entonces: el miedo a no ser lo sucientemente buena, a que las cosas no salieran como esperaba, a las opiniones ajenas. El miedo a que, al cambiar, todo lo que conocía se fuera al abismo.
Pero entonces, algo cambió. Fue como una revelación silenciosa. ¿Y si fallar no fuera tan terrible? ¿Y si fracasar solo signicara aprender algo nuevo? ¿Y si lo único que debía hacer era conar en ella misma?Decidió que no podía seguir esperando. Ya no importaba lo que pudieran decir los demás. Su vida era suya, y en sus manos estaba la capacidad de cambiarla.
Esa noche, en lugar de ver una serie como siempre, se sentó frente a su ordenador, respiró hondo, y comenzó a escribir. No pensó en el futuro, en las críticas o en los obstáculos. Solo se permitió escribir. El primer párrafo fue torpe, la estructura imperfecta, pero había algo liberador en ver cómo las palabras tomaban forma, en ver cómo su mente comenzaba a uir de una manera que no había experimentado en años.
A la mañana siguiente, Noa despertó con una sensación extraña. No estaba segura de qué había
cambiado exactamente, pero había algo en su interior que vibraba. No era una gran transformación, pero se sentía más viva. Más auténtica. Había dicho sí a la vida, y ahora todo parecía más posible.
Decidió hablar con su pareja. Años de conversaciones superciales, de eludir la verdad, le habían hecho creer que sus deseos no importaban. Pero esa mañana, con una sonrisa tímida y un corazón en llamas, le dijo:
“Necesito hacer algo distinto, algo por mí. Algo que me haga sentir completa”
Al principio, él la miró con sorpresa, pero pronto entendió. Y aunque el camino sería incierto, había algo más importante que los temores: su propio bienestar, el reconocimiento de sus sueños olvidados.
Noa no sabía qué iba a pasar después. Quizás tomaría clases de pintura, tal vez viajaría sola a algún destino lejano, tal vez encontraría un nuevo propósito profesional. Lo único que sabía con certeza era que no volvería a dejar que el miedo dictara su vida.
Así, con el corazón latiendo fuerte y los ojos brillando de un deseo renovado, Noa dio el siguiente paso. Y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba caminando sola. La vida, por fin, le había dicho: sí.
Y ella, sin dudarlo, había respondido: sí también.

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