
El Betis salió de la visita al Estadio de Genk con un empate sin goles (0-0) que, visto lo visto, sabe a poco. Era la tercera jornada de la fase de grupos de la Europa League y aunque el marcador no se movió, el equipo dejó más dudas que certezas.
Desde el arranque, el conjunto verdiblanco pareció incómodo. La rotación era sustancial, Pellegrini introdujo varias caras nuevas y el equipo tardó en encontrarse. Hubo momentos de control, una que otra llegada… pero faltó algo clave: chispa, profundidad, una acción que rompiera el muro belga. Genk, por su parte, no fue un vendaval, pero supo defender con orden y aprovechar que el Betis no terminó de carburar.
En el segundo tiempo, el Betis intentó cambiar el guion. Buscó más el balón, avanzó líneas y trató de presionar con firmeza. Pero cada vez que parecía acercarse, topaba con la zaga local o con decisiones imprecisas en el tramo final. Y así fue pasando el reloj… hasta que el pitido final sentenció lo que ya se intuía: un punto, bueno en el contexto, pero insuficiente si lo que se busca es liderar el grupo.
Ese escenario obliga a reflexión. Cuando un equipo que aspira a más no remata los partidos, no aprovecha sus ocasiones posibles y deja escapar los tres puntos ante un rival directo, quedan las sensaciones malas. Porque la plantilla del Betis tiene calidad, pero hoy la electricidad, esa que hace la diferencia en Europa, no apareció. Y eso pesa.
Un tiro al palo al fina del equipo belga evitó la derrota y salvó la piel, pero no tapa la realidad: el Betis necesitaba ganar, y no lo hizo. Ahora, con la clasificación aún abierta, los verdiblancos deben levantarse, ajustar piezas, mejorar en ofensiva y convertir ese “casi” en “me lo llevo”. Porque en Europa, los puntos no esperan.

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