
Vivimos tiempos de ruido. Un estruendo informativo que no distingue entre lo esencial y lo accesorio, y que ha puesto su foco, con una insistencia casi obscena, en el mundo de las cofradías. Demasiadas voces, demasiados análisis, demasiadas prisas por explicar lo que nunca necesitó ser explicado.
Desde medios oficiales y otros que se disfrazan de altavoz autorizado, se pretende diseccionar cada gesto, cada acuerdo de cabildo, cada silencio. Se busca el titular fácil donde solo hay trabajo callado; se estira la polémica donde únicamente debería existir devoción; se interpreta desde fuera lo que solo se entiende algunas veces desde dentro.
Las hermandades de Sevilla no son un laboratorio sociológico ni una tertulia permanente. Son memoria viva, fe heredada y compromiso cotidiano. Cuando la sobreinformación sustituye al respeto, se corre el riesgo de vaciar de sentido aquello que se dice defender. Porque explicar en exceso es, muchas veces, otra forma de profanar.
Quizá convendría recordar que no todo debe contarse, ni todo puede medirse en clics o audiencias. Hay silencios que también evangelizan y sombras que protegen lo sagrado. A las cofradías no les falta voz; lo que a veces les sobra es eco.
Menos ruido y más verdad. Menos prisas y más hondura. Porque Sevilla, en Cuaresma y fuera de ella, no se entiende a base de titulares, sino de respeto.

