
La noche en La Cartuja fue cómoda. Demasiado, incluso. De esas que no dejan tensión ni espacio para el sobresalto. El Real Betis resolvió su duelo ante el Getafe con una autoridad tranquila, sin acelerones ni épica, como quien sabe que el partido está ganado antes de que el reloj empiece a correr de verdad. El 4-0 final no fue una exageración ni un accidente: fue el reflejo de una superioridad constante, medida y bien administrada.
El encuentro quedó encarrilado pronto, cuando Aitor Ruibal volvió a demostrar que su mejor virtud es entender el fútbol sin etiquetas. En el minuto 15 atacó el área como lo hacen los delanteros de verdad, cazando un centro de Antony para batir a David Soria con un cabezazo seco, directo y sin discusión. Ese gol fue una grieta definitiva en un Getafe que nunca dio sensación de estar preparado para competir el partido.
Con ventaja en el marcador, el Betis no levantó el pie. Fornals gobernó el centro del campo con naturalidad, Deossa sostuvo el ritmo sin estridencias y la defensa vivió una noche plácida, de esas en las que los minutos pasan sin urgencias. El balón siempre fue verdiblanco y el partido se jugó donde quiso el equipo de Pellegrini. No hubo concesiones ni espacios para la reacción azulona.
La reanudación terminó de confirmar lo evidente. En apenas doce minutos el Betis cerró el choque. Ruibal repitió en el 48’, atento al rechace tras un disparo de Antony al palo. Fornals firmó el tercero en el 51’ con una definición limpia, de las que hablan de fútbol entendido. Y en el 60’, Cucho Hernández puso el broche definitivo, aprovechando un equipo rival ya rendido, con la cabeza en otro sitio y el cuerpo aún sobre el césped.
Lo que quedó después fue celebración. Cánticos, calma, sensación de trabajo bien hecho y un Betis que se asienta en zona europea sin ruido, pero con convicción. No fue una noche para el recuerdo épico ni para el análisis profundo. Fue una noche para confirmar que este equipo, cuando se lo propone, sabe ser serio, eficaz y contundente. Cerró el año con una goleada y abrió la puerta a un 2026 que, al menos, invita a mirar hacia arriba sin complejos.
