Os pongo en situación: día de mierda, bronquitis de locos, una tos que no me deja respirar ni estar al 50% y la trágica noticia del adiós de un amigo, del hermano de una de mis mejores amigas. Ná, “solo” 25 años entre pitos y flautas. Maldita vida.
Por otro lado el Carnaval, maldito y bendito, banda sonora de mis días, de muchos de esos microdías que se viven cada uno de ellos y la simbiosis perfecta donde uno te atrae a él y yo me lo llevo a mí, para mí, para mis adentros.
Catorce horas funcionando y alguna lágrima derramada no eran el mejor escenario para nada y aún así, con la necesidad imperiosa de que me explotara la cabeza de felicidad al escuchar, al ver, al sentir lo nuevo de Antonio Martínez Ares. Nada. Inerte. Inerte en cuanto a sentimiento e impulsivo en el teclado, ingenuo, atrevido e incluso arrogante sentencié la actuación de anoche. Una Presentación más, dos pasodobles para salir del paso, un estribillo que ni fu ni fa y un popurrí más aburrido que un documental de mineros de La 2.
Enfadado, frustrado, triste… sí, extrapolé mi día a lo que escuché: Ramoni estaba desaprovechado, se le notaba la desidia al Niño Pirata y “¿pa eso te llevas al Cateto?”. Todo eso salió de mi boca anoche…
Hoy, con otro talante, con un par de horas libres, el estómago recién llenado de una rica tostá, con una pote cía de volumen importante y con esas ganas de que me penetre el cerebro he llegado a analizar hasta el gorro del pajarillo y del bombero…
¡Menuda puta locura!
Perdonen lo ordinario pero me ha bastado escuzharlo todo una sola vez, -una de verdad-, sin muros que me dejen ciego, sordo e insensible y también he conseguido derrumbar el muro y ver la luz e incluso tararear por rumbas en las catacumbas.
Dicen que es de sabios el rectificar y yo no lo soy, pero aquí estoy, a pecho descubierto diciendo ¡Vaya barbaridad!
Sí, es lo que tienen las letrillas de carnaval que te acompañan de tal modo en tu día a día que unas son fuel reflejos de los otros y viceversa.
Bendito y maldito Carnaval que tanto nos apasiona.