Recuerdo que disfrutaba meditando sentado en cualquier lugar, bajo un árbol, en una plaza o en su cama antes de irse a esperar el día siguiente. Muchos momentos consigo mismo, con largas conversaciones internas con sus preguntas y sus respuestas, con diálogos y sus batallas verbales, siempre acababa derrotado por sí mismo.
Echaba de menos los momentos en los que sobraban las palabras porque todo salía del corazón, tertulias limpias y puras. Días en los que las miradas y los gestos fluían sin dobleces a su alrededor.
Agachaba la mirada mientras intentaba olvidar esos otros momentos en el que por más palabras que se decían nada tenía sentido. Todo era tan enrevesado que la mentira nunca se convertía en verdad y aunque hubiese sido todo cierto nunca llegaba a importar.