Si existe alguna mañana mágica, esa es sin duda la del día 6 de Enero, por la ilusión con la que se despiertan nuestros hijos, aunque se les note en la cara el cansancio por la lucha que mantuvieron con el sueño.
Porque hay un dicho popular que dice que si algún niño se despierta, los reyes o mejor dicho el rey de turno que le toque aquella zona, se marchará sin dejar ningún regalo.
Algunos más pillos, comentan un vez recogidos los juguetes, que vieron realmente al rey y que cerraron fuertemente los ojos para que no lo descubrieran.
Para algunos con mucho acierto, para otros con no tanto, pero al fin y al cabo, como es algo nuevo lo dejado por el rey, su inocencia hace que se sienta feliz con lo recibido.
Ver la sonrisa y la felicidad en esas caras, no tiene precio, es algo imposible de explicar.
Yo recuerdo que en mi caso, ese sueño mágico se veía recompensado con ese “plumier de madera” -¡Todo un lujo!- Y aunque siempre lo pedí de dos pisos, nunca llegó por su alto precio para el poder adquisitivo de mi “rey”, y que como además lo necesitaba para el colegio, mi “rey” aprovechaba para dejármelo.
En su interior, el lápiz de Guachinder y la goma de borrar, eso sí era de las gordas de Milán, que tanto me gustaban y la fiel compañera, la regla de plástico.
Con un poco de suerte, sobre media mañana, llegarían mis tíos con la caja de lápices de doce colores de Alpino y un pequeño bloc de dibujo, que otro “rey” había dejado en su casa para mí.
Lógicamente en el momento que salía de mi casa, veía algunos vecinitos con sus magníficos regalos y me sentía un poco como “avergonzado”, cosa que mi madre con mucha inteligencia “La que da los años”, advertía y cortaba llamándome para que hiciera cualquier cosa, dentro de mi casa.
Había en la calle Fabie, pegado a la antigua Capilla del Patrocinio, un buen hombre, Salvador, bastante mayor que recuerdo como alguna vez, mis padres visitaron su pequeño taller, donde con mucho arte y mucha paciencia, se dedicaba todo el año a recoger y arreglar aquellos juguetes viejos, dejarlos casi nuevos y que luego los vendía por un precio simbólico, pero que de los cuales, nunca pude llegar a disfrutar, porque aún así eran imposibles para el bolsillo de mis padres, cosa que mucho más tarde me pude enterar y que aunque no los conseguí , doy mil gracias a mis padres, por lo menos por haberlo intentado.
Qué maravilloso sería, si todos fuéramos un poco como el pobre Salvador Y nos dedicásemos a que esos juguetes casi nuevos que nuestros hijos prácticamente no les echan cuenta, y que están amontonados y olvidados dentro de un baúl, donde se pasan el año entero sin ni siquiera mirarlos, los adecentáramos un poco y los pudiésemos regalar a esos padres ¡Que desgraciadamente son muchos!, Y que ese día mágico en su mañana, pudieran alegrar y hacer feliz la cara de esos niños que posiblemente si no actuamos en consecuencia, se encontrarán sus habitaciones vacías, ¡Porque sus reyes, no encontraron su domicilio y pasaron desgraciadamente de largo.
¡¡Gracias, Magos!!
Simplemente me encanta.
Solo puedo decir, que a pesar de mis 25 años, no puedo dejar de temblar desde la noche del 4 al 5 de enero dando vueltas en la cama x la ilusión q me invade y deseosa de q llegue la cabalgata pa verla año tras año cn mu familia.
Cada año q pasa doy gracias x haber tenido los padres q tengo ya q por su culpa he vivido desde pequeña esa ilusión q cada año es mas grande.
Me ha encantado tu relato, con tintes de añoranza, una añoranza bonita y unos recuerdos preciosos.
Deberíamos pensar todos en que como dices, hay muchas familias a quienes los magos de Oriente no visitan y no dejan los regalos maravillosos que otros tienen, y aún así son felices con un simple plumier, aunque no seas de dos pisos…
Un beso