La jueza, en medio del contencioso cogió el abrecartas y se dispuso a leer el testimonio del acusado:
Agotado me presento ante usted, Señoría, con la mano en la Biblia y la otra en mi pecho. Pecho cansado de vivir, cansado de ser señalado con tantos y tantos dedos que… ¡ojalá me apagara!
Cansado de justificarme, agotado…
Sé que no vale el “yo soy así”, y muchos tal vez me piden que cambie. No puedo; es mi naturaleza.
Nací así, aguanto y aguanto hasta que exploto, evoluciono, pero mi ser es caliente y me enciendo con facilidad. Propago mi agresividad pero lo hago sin querer, no puedo controlarme y estoy harto, hastiado de ser la causa sin casualidad.
Soy inocente y así me siento, Señoría.
Me siento utilizado como excusa para apagar otras tragedias provocadas también por el hombre.
¡Estoy muy quemado!
Yo solo soy la herramienta de unos cuantos para hacer daño a los demás, no soy peligroso pero ¡ojo!, hay que tener cuidado conmigo…
Si pudiera desaparecer por mí mismo lo haría pero ya veis que no. Solicito ayuda para dejar de provocar tanto dolor siendo solo la vía y no el cerebro pensante.
Soy y así me siento, Señoría, inocente…
En el remite se podía leer:
El Volcán.
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