Érase una vez un cuento, hecho de sueños e ilusiones por conseguir, de inquietudes desatadas. Un cuento de casitas preciosas y hogares plenos, de familias idílicas y comprensivas. Un cuento donde no cabían las malas palabras, las malas formas, donde papá y mamá siempre estarían juntos con sus niños y todos comían perdices felices.
Érase una vez un cuento, donde las hadas existían, donde el universo siempre te protegía del mal que los demás deseaban y donde el karma llegaba a paso ligero.

Érase una vez un cuento de una niña que soñaba en alto, tan alto que le daba miedo mirar abajo por temor a caerse. Érase un cuento que se convirtió en historia, que dejó de ser cuento para ser realidad y que los habitantes de ese maravilloso mundo se dieran de bruces con la realidad.
Érase que se era una verdad verdadera, donde había gente cruel y las familias no eran modélicas, donde los niños sufrían y los padres peleaban por cualquier nimiedad del día a día.
Érase una vez un cuento repleto de incongruencias, donde los mayores no se entendía y los pequeños lo sufrían, donde las hadas dejaron de serlo y las nubes no siempre eran de colores. El cuento de la ignorancia, de mirar para otro lado cuando las cosas se torcían porque dejaban a vista de todos la imperfección de las perfecciones. El cuento de las mentiras, donde los engaños eran monotonía y los niños dejaron de ser inocentes y sufrían, y los padres peleaban y las madres lloraban en silencio tras una puerta.
Érase una vez un cuento repleto de amor a raudales, que la desconfianza lo convirtió en odios y envidias y la tranquilidad se esfumó sin avisar.
Érase una vez un cuento, que nunca encontraba el momento para decir colorín colorado, porque todo se oscureció de repente y nunca terminó…
Érase una vez un cuento que avanzaba sin hacerlo.
Érase una vez mi cuento…
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