Llegaron los días en los que las solapas ejercen de maceta, las cabezas repeinadas ejercen de arriate y florece la amistad incondicional; esa que siempre está a tu lado en los momentos en los que el rosado algodón de azúcar, además de pringoso, parece amargo por tanto edulcorante que se reparte.
Trajes contra trajes, pines contra pines, corbatas aún más floreadas que las cabezas y las solapas contra corbatas floreadas y todo, por una copa de manzanilla aguada, una tortilla de papas barata a precio de oro y con suerte, cerrar algún negocio, dejando a un lado la amistad y abrazando con amor al interés.

Aquí, postrado en la lejanía de la ciudad de las luces, el color y la falsedad, morro de frente a la realidad y cuestionando todo, tanto, que si tanta demostración afectuosa fuera cierta, los tanatorios y algún desahucio deberían trasladarse también a eso que llaman el Real. ¿Real? Encima…
No concluyan al leer estas líneas que este mendigo vive en su amargura o que le corroe la felicidad ajena, para nada; simplemente analizo vuestro triste día a día, en soledad, sin nadie ni con quien tomar café aunque vendáis la parafernalia y cantinela de la muchedumbre cariñosa.
Solo os deseo la misma masificación de gente el día llegando en el que haya que despedir a vuestra alma mientras tus escasos seres queridos esconden tu cuerpo bajo tierra y te encierran en mármol.
Elijan con quien emborracharse en las casetas esas a rayas que yo abrazaré una nueva noche al cartón de vino que nunca me abandona, cuando tengo suerte y caen las monedas adecuadas en la lata.
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