
Es curioso cómo percibimos el paso del tiempo. Se supone que esa bala que se precipita sobre mí ya debería haberme matado, pero no termina de llegar. Tal vez Zenón sea ciertamente incontestable y esa bala nunca llegue a su destino y yo permanezca aquí, en un limbo temporal por tiempo indefinido. O incluso peor, infinito.
Mientras la bala surca el espacio, yo pienso en mi perro, Scout, y en quién le va a cuidar. Es un buen perro, es muy inteligente, pero no tanto como para abrir la despensa y servirse a sí mismo la comida. Aunque aprendiese eso, dudo que fuese tan inteligente como para coger dinero del mueble de la entrada y bajar a comprar más comida. Es igual, no admiten perros en el supermercado.
¡Qué agónica espera! ¿Voy a morir ya?
Estoy atado a una silla. La bala se acerca irremediablemente; no me jodas, Zenón, tú me estás vacilando. Lo cierto es que no llega; a estas alturas ya debería estar muerto. De hecho, a esta distancia, la bala llegaría a hacer contacto en mí antes de que yo pudiera escuchar la detonación. Es curioso cómo la adrenalina altera mi percepción del tiempo, ese gran enigma de la Humanidad.

¿En qué estará pensando el tipo que me ha disparado? Quizás él también tenga un perro, o un gato.
Es curioso cómo percibimos el movimiento, el espacio. Ahí está el tipo de la silla, con la cabeza agachada, yo creo que está muerto. Debía de tener unos cuarenta, por el clareo de la coronilla.
¡BANG!
Ahí está la detonación, ahora sí, al fin.
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