Los últimos días de verano eran inolvidables. Las despedidas, el odio a la marcha forzada, los planes futuros, las promesas, el engaño de los amores eternos…
Recuerdo la verbena en la plaza del pueblo, cuando cogiste mis manos y, tirando fuerte de ellas, me moviste como un títere; mientras todos miraban entre sonrisas y comentarios.
Aquella canción duraría un minuto no más. Por aquel entonces me resultó interminable por la vergüenza. Hoy, desearía volver a bailarla contigo.
- Pues no está na mal este grupo…
- Yo veo que se mueven poco…
La sencillez repleta de talento.
El ingenio con cuerdas y madera.
Unas manos con «acento»,
y una historia cualquiera.
Niños y adultos, todos juntos sentados
con la ilusión intacta al paso de los años.
Las risas resuenan por todos lados,
los curiosos se arremolinan en los aledaños.
La magia que emanan los títeres,
surge en la vitalidad de esos seres.
Era lo invisible, lo que no se movía lo que me hacía cobrar vida. Unos hilos que manejaban mi vida a su antojo, sin miramientos y sin sentimientos. Vivir atado a ti y tus deseos para siempre…
Los ojos al frente y mirada perdida, pero era lo único que tenía vida, en mi cuerpo inerte de madera.
El Poder Supremo nos puso en marcha, la música nos dio un sentido.
Sumiso aprendió a tocar siempre la misma canción y cuando se libró de las cuerdas no supo
qué otra tocar.
Necesitaba tener el control de las situaciones, se despistó al respirar libertad.
Hilos, manos, pies,… ¿alma?
¡Música maestro! Y dejémonos llevar por la melodía.
Érase una vez un grupo de seres inanimados, movidos y manipulados que le hacían la música al mandamás.
Cualquiera diría que estamos hablando de títeres…
Mirando al mar y a los pies de Moret
Trompeta, pandereta y batería
Con esta banda imposible que no te rías
Se me van solos los pies.
Te detienes a ver el espectáculo, te ríes con ellos, aplaudes el show y no te paras a pensar en que estás delante de un espejo donde te estás viendo a ti mismo. Y eso que no sabes tocar ni las palmas…
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