Quiero compartir con todos mis lectores un hecho que me ocurrió el Martes Santo de 2010 y que sirva de homenaje al desaparecido capataz Carlos Morán que ya disfruta de su Señor de la Presentación al Pueblo desde las barandillas del cielo de La Calzá.
Lo titulé…
MI MARTES SANTO EN UN ROJO, ROJO CLAVEL
Cuando ya el celeste telón de un Martes Santo había caído, cuando ya habían sido derramadas las lágrimas de un Cristo por las calles de Sevilla, cuando ya las dentadas puntas de una ojival puerta habían acechado a la plata de un palio y a una carita morena que no “se pué aguantá”, cuando ya mi punzada en el cuello ya sólo era eso… un recuerdo de su dulce carga, cuando ya la memoria escogía el camino más corto para herirme en el terreno de los recientes recuerdos para siempre.
Era ya el momento, todo un año se hacía ancha Castilla para volver precisamente, a vivir lo vivido… ese que es… Nuestro Martes Santo.
Entre mi enrollado costal portaba algo de Ti… un rojo, rojo clavel, que como la vida misma iría con el irremediable paso del tiempo marchitándose. Un clavel al que envidiaba por haber estado tan cerquita de aquel que es La Verdad Suprema, de haber podido escuchar sus lamentos, sus marchas, sus levantás, haber atendido sus susurros… tan cerquita…
Y además, como el color de su clámide, de púrpura venías vestido. Y ante este final de tan mágico día, recorriendo mis pasos de vuelta a casa, saboreando paso a paso lo que justamente acababa de vivir, a lo lejos, escuchaba el andar de un Cristo que es Presentado a su Pueblo… Sevilla.
Parecía que me llamaba hasta Muro de los Navarro donde me encontraba. No tuve más remedio, que ante la presencia de su cercanía acercarme a saludarlo. Quise tenerlo cerquita, por lo que entre la marea de devotos me hice hueco para tenerte, frente a frente.
Estaba claro que por una u otra causa mi Martes Santo aún no acababa de terminar, porque ocurriría precisamente el detalle más bello de mi Estación de Penitencia.
Paraste antes de salir del Barrio de la Puerta Carmona. A mi lado el capataz que con elegancia es capaz de mandar una treintena de hombres y saber cómo se puede presentar a Dios en la misma Calzá.
No pude resistirme, pero saqué de mi enrollado costal ese clavel y tomándolo se lo entregué al capataz:
– “De mi Cristo para tu Cristo”.
Esas fueron mis palabras y él se había dado cuenta por la sudadera con mi bordado escudo de que era costalero de San Esteban, entonces cogió el clavel y como flecha que fue a lanzar, lo fue a mandar justo a los pies del Señor de la Calzá bajo la atenta mirada de Pilato, que no pudo resistirse y se volvió para ver que a los pies del Señor habían dejado un clavel de su Vecino… el Señor de San Esteban.
Mi rojo, rojo clavel fue quedándose dormido mecido al son de los costaleros del Señor de la Presentación, a sus pies y rendido por el cansancio del día, quedó soñando con un cielo… Celeste y Crema.
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