Había una vez una pequeña aldea en las montañas, donde vivía una anciana llamada Petra. Petra era conocida por su extraño comportamiento y su afición por las hierbas. Los aldeanos la evitaban y la consideraban una bruja.
Una noche, un joven herrero llamado Juan fue a la casa de Petra para pedirle una paila nueva. Petra aceptó hacerle una paila a cambio de un favor misterioso. Juan desconfiado, aceptó el trato y se fue a casa.
La paila que hizo Petra estaba hecha de hierro oscuro y tenía una extraña marca en el fondo. Juan la llevó a casa y la puso sobre la estufa para probarla. Sin embargo, cuando se puso en la paila, sintió una extraña presencia y un escalofrío recorrió su cuerpo.
Inquieto por sus sensaciones, Juan decidió ir a visitar a Petra. El camino era peligroso y oscuro, lleno de ruidos extraños y sombras inquietantes. Cuando llegó a la casa de Petra, la anciana le dijo que había un espíritu atrapado en la paila y que necesitaba ser liberado.
Juan no creía en esas cosas, pero cuando intentó vaciar la paila, algo se aferró a él y trató de absorber su alma. Juan luchó con todas sus fuerzas y logró liberarse, pero el espíritu quedó atrapado en la paila.
Desde ese día, la paila se convirtió en un objeto maldito en la aldea. Nadie quería tenerla cerca y todos se sentían incómodos al verla. Pero Petra seguía trabajando en su taller, haciendo más de estos objetos extraños y tejidos oscuros, a cambio de extraños favores que nadie podía explicar.
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