
Recuerdo las noches aladas en las que quisiste advertirme sobre las huellas de tus pasos, por este tiempo, en que el tiempo anduvo hacia arriba y hacia abajo. Las estaciones de gises y rosadas pinturas que nos unieron a ti y a mí. Prometía comprenderte siempre que aparecías, pero mi tiempo era distinto al de otros niños. No en vano, no he crecido, porque no crezco en cuerpo a pesar que sea vieja en sabiduría.
En fin, miserable, ¿quieres que narre lo mismo una y otra vez? Bien, bien, pusilánime. Bien, necio.
Te vi flotar sobre el lago del bosque de las reinas gemelas y amapolas. Solía jugar allí con mis hermanos, con los caballeros y sirvientes; otros niños que no dejaban de preguntarme cuando crecería. Te reíste por esas preguntas formuladas. Ignoré tu voz. En esa vez, había arrancado las alas a un insecto devorado por hormigas rojas; me mordieron las desgraciadas, dejaron su veneno regado por mi cuerpo pero eso no me detuvo a guardar en mi bolsa las entrañas que aparté para comer. Almas de inevitables despojos, de crecientes promesas.
Flotabas, con tu cabeza hueca de rey, coronada con hierro y estrellas, flotabas y girabas, esparcida entre las mañanas en las que bailabas para mí. Entre mis silencios mesurados, no comprendía porque de estas maromas, porque las tenías.Parecía que sacabas tu lengua y movías tus ojos bizcos, ¿buscabas arrancarme una sonrisa? Te respondí con un suspiro y un largo de improperios de oraciones que dirigí también a los dioses. No me ibas a atrapar, ingrato. Me largué y abandoné a tu bufonería de aparecidos fantasmas delejos.
En mi fuero interno lo sabía, sabía que eras una broma de Padre Emperador. Yo no aceptaba a sus nuevas reinas; porque él había abandonado a mi madre, y, de algún modo,me atacaba con una buena reprimenda. ¿Eras alguien que conocía? No lo sabía, parecías ser como esas almas y corazones con rostros que desaparecían entre las nieblas eternas. Las que devoraba cada día antes de dormir.
En el manto de las voces que hablan en el centro de mi mente, cargada de espejismos, de esos caídos por mi causa, dignas de varias otras con las que suelo dialogar, me enfrenté a ti ante mi lecho. El siempre vivo donde suelo entretenerme y en el que despellejo las alas de las mariposas; las que sueñan conmigo cuando asisto a sus conciertos en el mar de los reverendos que me someten a sus rezos. Me exorcizan cada día, como tú.
Ya no te soporto, te convertiste en un problema para mí y para los míos. No dejo de mencionarte. Te veo todo el tiempo, ese que no me permite crecer, ese en el que me desvanezco. Estoy rota. ¿Buscas acaso volverme a coser? Soy yo quién te repudia y tú, en fin. Sigues tropezándote conmigo a donde quiera que voy.
¿Estás vivo? No lo sé. Si lo fuera, te derrotaría, pero no eres más que mis delirios. Quizá por eso dicen que te alucino. Que eres el costo de mis devaneos heridos. Me convertí en una caníbal por naturaleza, aunque caníbal de tus ideas, las mismas que manaban de tus orejas. Dignas de los retazos índigos y lilas que arrancaba a los cadáveres, que servían de carnada, al abandonar la realidad.
Ya no distingo cuál es la realidad, lloro en mis noches solitarias y amanezco viéndote, desgraciado. Soy una piedra, sí, una piedra preciosa a la que ya no puedes alcanzar. Me arrepiento de haberte conocido. Aborrezco tu existencia desnuda, porque por ti me enfrento a mis realidades, a mis ayeres, a las formas del cielo aparecido; cuando los cirros y cúmulos no se diferencian para mí.
Te acredito mis alucinaciones, me someto a tus acosos. Porque no dejas de acosarme pese a que sé que ya no existes en este universo en miniatura. Me desvivo, para que te marches de mi vida y aún sostienes entre tus labios mis dedos manchados de sangre acuosa, el amarillo de mi bilis. Cabeza de Rey, deja de jugar conmigo. Amigo imaginario, ya no quiero verte nunca más.

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