Pureza seguía sus pasitos desde bien cerca. De soslayo vio salir al pequeño de la Catedral Trianera, aprovechando un despiste de su madre. Los días señalaítos tocaban a su fin y quería dar un paseíto antes de que cayera la media noche, hora en la que la abuela le cantaría su nana predilecta, esa que tanto le gustaba.
-¿Pero, dónde vas solito? -le dijo aquel Señor, el vecino más antiguo de Pureza, un
tanto inquieto, pero a la vez, confiado.
-De paseo por Triana, no tardo, déjame anda, es solo un ratito ¿vale? -y le dejó marchar sin más, el arrabal cuidaría de él, lo vio nacer, sin duda, estaba en buenas manos.
Ventanas y balcones engalanados llamaban la atención del pequeño, luces, jolgorio y fiesta. El Altozano le dio la bienvenida entre flamenco y cante. Al niño se le iban los pies, por momentos hubiera subido al escenario e incluso se hubiera arrancado por bulerías, pero no quería perderse los encantos de la velá, así que, tenía que continuar ocultándose para seguir deleitándose.
-¡Avellanas verdes, niño! ¡Las de verdad, las trianeras! -gritaba con desparpajo aquella muchacha con cierto orgullo. El pequeño, que apenas llegaba al puestecito, de puntillitas, logró auparse y extendiendo su manita, sin esperarlo, una pequeña bolsita le fue brindada. Se echó a correr, loquito de contento.
Sabía de antemano, que su límite era la Capillita del Carmen, que tras visitarla y santiguarse como buen trianero, contempló embelesado el puente y canturreóbajito eso de: “velaíta de Santa Ana, Triana, faroles sobre el río”.
Sin más, se dijo: ¡vamos a ver la cucaña! No podía evitarlo, cuando observaba aquellos jovenzuelos que a pesar de guardar el equilibrio por aquel tronco untado en cebo no alcanzaban a atrapar la bandera, el pequeño soltaba la mayor de las carcajadas, una y otra vez, en bucle. Verdaderamente era contagioso escucharlo.
Desde aquella orilla, el atardecer era precioso. El puente se iluminaba y conformaban una estampa singular. Fue entonces, cuando cayó en la cuenta, de que había que volver a casa. Mamá y la abuela estarían preocupadas y por nada del mundo quería ocasionar ningún revuelo.
Así que, caminando despacito y con buena letra, entre casetas y farolillos, dejó atrás la calle Betis, para tomar una vez más Pureza, donde un pellizquito se le cogía en sucorazoncito cuando pasaba por la Capilla de los Marinerosy se veía, sin saber por qué, reflejado ante esas tres caídas, queriendo por momentos ayudar al cirineo Simón a cargar con el peso de la cruz. Al romano Rafaé no podía mirarlo con buenos ojos, sin embargo, Calamar lo tenía conquistado, se entregaba a él, acariciándolo sin cansarse, sin prisas, en su lento trotar, siempre al compás.
En su despiste, le pareció escuchar las campanasrepicar. Había llegado la hora y los gozos de la Señora Santa Ana, desde las cubiertas de la Parroquia daban su comienzo, cornetas y tambores interpretaban las nanas. El pequeño de un brinco se colocó entre los brazos de su abuela, pidió disculpas por su ausencia con un beso y una moña de jazmín. La abuela sonrió, cautivándola una vez más.
¡Ay, nana nanita! ¡Ay, nanita nana! Canta la abuelita, Señora Santa Ana. El pequeño cayó en un sueño profundo en el que fantaseó una vez más por la velá, la de Triana.
Ana says
25 julio, 2024 at 13:35Mi más sincera enhorabuena por como describes nuestra Triana solo una persona que siente Santa Ana y Triana se puede expresar Asi