Apenas soy capaz de sostener el lápiz roído y mi vieja libreta mientras paseo sin rumbo buscando cobijo en noche donde ya no me alumbran las luces navideñas, donde las avenidas siguen siendo eternos desiertos de acerado, alquitrán y contenedores rebosantes de manjares que tiráis sin saber lo que hacéis, sin pensar en el mañana y sobre todo en el necesitado.
El frío tan huidizo como un buen ladrón se adentra en mi cuerpo, busca rinconcitos entre mis gustes haraposos sin dedos que le tomé prestados a mi viejo colega de acera. Total, a donde él iba Ya no los iba a utilizar. Bendita y maldita calle. Su frío ya es de alma.
Duele, empieza a doler (cuando se cae el lápiz).
Una estrella en el cielo llama mi atención por su manera de brillar justo en el instante en que me acordé un escribí de ti. Estaré bien, no hay dudas. Es tu sonrisa que aunque descuidada y amarillenta por las colillas que siempre disfrutabas, brillaba y deslumbraba a la par que tu destreza con la palabra. Lágrimas. Una lástima que no supieras escribir para dejarlas plasmadas para conocimiento de muchos.
Tú no querías esto y aún así, tu sonrisa alocada dislocaba el sentido común de todo el que te miraba con desprecio. Ya quisieran todos esos cuerdos tener tu locura. Bendita y maldita cabeza que tantas malas pasadas nos juega.
Ya te veo; a lo lejos, un rinconcito de paz, arrastraré unos cartones, meteré periódico en mi pecho y le pediré por ti a ese Dios que tú tanta devoción tenías y que nunca te cogió de la mano para calentarla.
A pesar del frío nocturno, Tú has sido el protagonista de esta pagina de mi vida que he conseguido concluir con mucho dolor.
Maldita y bendita vida.