Nada acojona más a un marinero que una mar en calma, un ambiente sosegado y el silencio del viento que ni susurra en la lejanía.
No existe sensación más preocupante que el silencioso descontar de nudos mientras la tripulación descansa ajena a la realidad. Realidad que se tornará en visible cuando lo invisible se adentra escurridiza hasta hacer de las suyas.
Oigo pasos y no hay nadie. Cruje la madera como nerviosa, castañetea por proa mientras me persigno de babor a estribor.
Crepita la quilla temblorosa cual canina de laboratorio. No quedan botellas para mensajear, solo ron en sus barriles y unas jarras por llenar. Bebamos para mantener el tipo ante lo que se nos viene conservando la compostura y ese saber estar de los que nos vestimos por los pies.
Se asoman en el horizonte días de oscuridad, de penumbra donde un ligero y atrevido rayo de luz nos visitará muy de cuando en cuando. Añoro leguas de viajes a pleno sol, con enemigos increpando, abordando, ganando y celebrando.
Echaremos el ancla, sacaremos el baúl de los pergaminos aun por escribir y mucho ron y qué Neptuno nos ilumine.
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