Sempiterna sentencia vetada de mis labios al cruzar el dintel de este Miércoles Santo, se empieza a acabar con lo que tanto soñé.
Sed… tengo sed de Ti, Señor, de verte sobre los pies atravesar tu barrio sin temblor, expandiendo tu musculatura reclamando atención, un poco de consuelo y no hay posible Consolación. A falta de clavos, cuatro fueron los usados, ¡cuatro! Mi Señor de Nervión.
Miércoles de remate a la capa, de terminar de coser el escudo, y no dudo. Miércoles con aires especiales, hermandades con donaire, con esa gracia que te aportan las coordenadas vitales donde echaron raíces tus devociones. Tarde de Arenal, ¡Ay mi Caridad!. Tarde de Salud de San Bernardo por un barrio tan singular como especial, barrio donde Refugiarse para siempre y no salir jamás, tarde Baratillera, pero… ¿y San Vicente? Tantas palabras dichas y con un septenaria de ellas nos quedamos, pa’qué más… Ten Misericordia Señor.
De la Anchá de la Feria el Carmen, con ese andar que todos saben, repartiendo Paz.
Buen Fin, buen final franciscano, con la ausencia de Fray Carlos, que te lleva a San Martín hiriente por una lanza a caballo va diciéndote porqué morir.
Y se hace el silencio, y el estruendo a la par, dualidad a dos calles mal contás… Una plaza silenciosa acoge en humildad el regreso victorioso de una seria caminá que acaba en donde tiene que acabá, en La Catedral. Ya de vuelta y a punto de rematar, San Pedro se tiñe de negro, de ruan, se tiñe de seriedad, de rezo sincero, de Tejera por atrás; recogimiento y singularidad, ya camina lentamente Cristo de Burgos, hasta la siguiente y última pará.
Y como en Sevilla nada es singular, nos apretamos y aferramos a lo plural. Mirada para Orfila y a la voz del capataz, un olivo recortaito acompaña con sus ramas tremendo andar. Ya están Los Panaeros en La Campana, prepárense a disfrutar, es la Regla del Miércoles Santo, no hay más que versar.
