Una tubería, unos codos, ¿un by pass?, un grifo y las manos del fontanero que repara esta hemorragia peligrosa.
– ¡¡Manolo!! ¡¡Échame una mano!!
– ¿Qué te pasa?
– Tu niño, que le ha pegado un pelotazo a la tubería y está perdiendo agua.
– Es que a mi niño le gusta que la pelota vaya rápido por el césped…
– ¡¡Me cago en tus casta, Manué!!
Me sentía sucia, mis pensamientos me llevaron a ese barrizal imposible, del que no podía sacar la cabeza. Ahogada en el agua sucia, la angustia crecía sin tregua. Y allí entre tanto desajuste, aparecieron tus manos para salvarme y ofrecerme el oxígeno que necesitaba.
– Cariño, ¿qué haces? ¿jugando con el barro?
– Ven María, pon las manos sobre el barro.
– Pero, ¿tú qué te crees el Patri Suais ese?
Y el cirujano, con su acostumbrada certeza, salvó la vida del enfermo durante su penúltimo aliento…
¡Te pillé!
Sí, con las manos en la masa, ¿no?
¡Eso no es la llave inglesa!
Agua y tierra.
Vida fugada.
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