A veces, cuando se tiene el privilegio de acompañar a tus Titulares en la Estación de Penitencia como fotógrafo, aparte del resultado obtenido para la eternidad, de esas imágenes plasmadas en formato papel o digital donde pudimos detener por siempre ese tiempo que Dios nos regaló, se quedan y se viven momentos que incluso valen más que las propias fotografías.
Os paso a contar una de los momentos más intensos que haya podido vivir y sentir delante de uno de nuestros pasos en la Semana Santa sevillana.
Os sitúo.
Madrugá del Viernes Santo. Año 2022.
Delantera del paso del Señor del Gran Poder en la calle de su mismo nombre.
Silencio absoluto, de esos silencios de Sevilla, como los silencios maestrantes donde sólo se rompe por los olés del público. Por no haber no había ni una saeta desde algún balcón cercano. Nada… solo Él.
El Dios de la ciudad, el Hombre Bueno de San Lorenzo, Divina y Humana Persona. El Dios de la Divina Zancada.
Pues en una de sus paradas, aproveché para tirar fotos. Estaba bien situado y tenía una buena perspectiva para poder retratarlo en esta primera Madrugá después de la pandemia.
Y sucede que cuando reina el silencio los sonidos se hacen más patentes… se acrecientan. Justo es cuando me parece escuchar el llanto de una mujer.
Un sufrido llanto que apenas podía ser consolado. Ese llanto, directamente, me hacía recordar las lágrimas de cualquiera de nuestras Vírgenes bajo palio, lágrimas de impotencia o lágrimas de dolor.
Se trataba de un llanto silencioso, pero rompía elsilencio de la noche, la resquebrajaba. Lo más sorprendente de todo fue la frase que aquella mujer lanzó directamente al Señor de Sevilla, al que Todo lo Puede.
Os puedo asegurar que aquella frase me rompió todos los esquemas, me trazó un desgarro en el corazón que aún estoy intentando comprender. Me dejó sin aliento. Me quedé compungido.
Y aún intento recomponerme o intento aclarar por qué aquella señora imploró de aquella manera al Dios de Sevilla… no lo sé… si yo supiera.
Pude oír perfectamente aquella voz de aquella mujer rota en un llanto sin fin ni consuelo.
¿Sabéis?, aquella mujer no le reprochaba nada al Gran Poder de Dios, tan sólo le hacía una pregunta que ella misma no encontraba respuesta.
– ¿Por qué te lo llevaste?
Esa fue la frase…
Así, sin más.
Desgarradora. Como quien se agarra a la Verdad como último clavo donde acogerse.
No había consuelo para aquella mujer.
Esa pregunta marcó mi Madrugá entera junto al Señor. Pude comprender la Verdad de Sevilla. Pude entender que acudimos a Él para todo, tanto si algo nos va para ir “tirando” y agradecérselo como si algo se nos ha torcido un poco o no salió como esperábamos. Serán los llamados “torcidos renglones de Dios”. No lo sé, porque tan sólo aquella mujer estaba en conversación directa con Él.
No podía retirarme de la cabeza la pregunta lanzada al Señor del Gran Poder.
Ni tampoco podía quitarme de encima qué historia tendría detrás la apenada mujer. No sé si un hijo que fuese llamado antes de tiempo, su marido por algún accidente de tráfico, su madreya anciana que tuvo que marchar debido al Covid– 19. Todo eso comenzó a revolotear en mí, sabiendo que jamás sabré realmente lo que movió aquella señora, salir de su casa aquella noche, recorrer Sevilla, quizá de algún barrio periférico, para plantarse en la misma calle Jesús del Gran Poder. Pleno centro de la ciudad.
De esperar a que llegara… y lanzarle una pregunta que quizá no tuviese respuesta.
Debemos de entender, que los caminos de Dios son misteriosos como la senda del viento. Y que todo es a voluntad de Dios. Ya lo dijo Sor Ángela de la Cruz:
– “La voluntad de Dios sea mi vida, mi aliento, mi descanso, mi alegría, mi todo”.
Pero en este mar de dudas, tan sólo sé, que aquella noche la Teología rompió la baraja y que Jesús, de nuevo, se dispuso a caminar cargando el peso de nuestros pecados en forma de cruz y desde ese momento también llevaría sobre sí, el peso de una pregunta que tan sólo… Él mismo tendría la respuesta.
Señor del Gran Poder… ruega por nosotros.
Buenas noches.
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