El día cuatro de Aries había comenzado en las cocinas de palacio.
—¡Bien, Zatex! Vamos a ver lo que me traes. ¡Ajá! ¡Ajá! ¡Ajá! Perfecto, así me gusta. Por favor, entra y desayuna. Seguro que en la cocina aún queda algo de lo que he preparado para el servicio —afirmó el señor Turig con confianza—. ¡Vamos, Merhug! Esos sacos al carro, y esos también. Didig, esas especies tienen que ir en el pescante, y deja de cuchichear con Merhug, que acabarás por asustarlo —aseguró Turig sin advertir que el joven ya tenía el miedo en el rostro.
—Tienes que deshacerte de las ampollas cuanto antes —le susurró Didig a Merhug con decisión—. El consejero Zerdeg sabe algo y está haciendo preguntas a los lacayos.
—Estás muy alterada y no pasará nada. ¡No si guardas silencio! No es que me emocione la idea de que me pillen, pero no puedo olvidar que he pagado el sueldo de dos semanas por ellas. Así que esperaré hasta que deje de parecerme prudente —dijo, aparentando tranquilidad. ¡Cuando lo cierto es que estaba muerto de miedo! Pero tenía una ligera adición por aquel tipo de situación, que iba implícita en su picaresca.
—¡No, te digo que sabe algo! Llevan desde el canto del gallo preguntando sobre el origen de unas ampollas. Y según le he podido sonsacar a uno de sus soldados, las encontraron por azar en el festival.
—¡De acuerdo! Me libraré de ellas ahora mismo… Señor Turig vuelvo enseguida. Voy por el agua de luna —dijo Merhug agachándose para coger una caja. Poco después pasaba por el cuarto de la limpieza para tomar aquello que necesitaba, y sirviéndose de la oportuna visita al almacén, escondió las polémicas ampollas colocándolas en una esquina, cubriéndolas con un ramo de hortalizas—. ¡Así soy yo!, y no puedo negar que me encanta —dijo cargando con la caja de agua de luna, mientras esbozaba una sonrisa. Y con total serenidad se encaminó al patio exterior, dispuesto a cargarla en el carro. ¡No sin antes brindar un pícaro guiño a la astuta Didig, que pasaba en ese momento por su lado con una cesta llena de paños blancos!
—Espera, Merhug… ¿Qué llevas ahí? —bramó Turig— No, esa no es la partida que necesito, ¿cómo tengo que decirte las cosas? ¡Vuelve y déjala donde estaba! ¡Quiero las del solsticio! —dijo levantando las manos para revisar la caja, en tanto Didig buscaba la forma de distraerlo.
—¡Oh, no! —gritó Didig, tropezando intencionadamente—. Los trapos de algodón —gritaba, llevándose las manos a la boca—. Necesito su ayuda, señor Turig, o la señora Horig me matará. Son sus paños para cubrir la masa durante el tiempo de fermentación —aseguraba la joven fingiendo preocupación mientras los trapos volaban por el aire, dándole a Merhug algo de tiempo para retirar las ampollas, y corriendo rápidamente junto a Turig que intentaba por todos los medios evitar que tocaran el suelo.
—¿Qué demonios os pasa a los dos esta mañana? —replicó, entregando los paños a la joven. Después entró en el almacén y regresó con una caja—. Toma, Merhug, son estas. Súbelas al carro y vuelve al almacén con las otras, y las colocas al fondo a la izquierda. ¡Esa de allí, la necesito también! —gruñó Turig, que no había parado de exigir desde el comienzo de la jornada.
—¡No soporto tanta necedad! —aseveraba la joven ayudante, sin sospechar que la señora Horig se encontraba a su espalda escuchándola.
—¡Oh, señora Horig! ¡Ahora comprendo cuando se queja de su marido! Lo ha visto. Ha tirado la cesta de paños. Menos mal que soy bastante ágil y he conseguido que no caigan al suelo.
—¿Qué diantres les han hecho a mis paños? —gruñó la señora Horig mirando a Didig con recelo, ¡porque no le agradaban las listillas!—. Vamos, señor Turig, espabile y no me haga enfadar —dijo, entrando tras él en la despensa—. ¿Pero todavía está esto así?
—¡Contente, Horig, contente, no podemos perder tiempo en enfados gratuitos! ¡Contente que estamos a rebosar de trabajo! —susurraba—. Pero ¡por la diosa! Merhug, Didig… ¿Qué hacen aún los sacos de azúcar en el almacén? — gritó, mirándolos de reojo.
—¿Merhug, me echas una mano? ¡No se enfade conmigo, señora Horig! ¡Le aseguro que lo arreglaremos ahora mismo!
—Eso espero, Didig. Si no te espabilas, la caravana de las meigas se irá sin ti… ¡Ordena este desastre y, cuando termines, te acercas a la entrada! ¡Y me avisas en cuanto veas el flujo del gusano del tiempo! No quiero ni pensar en la posibilidad de perder la diligencia. La señora Zolarix puso toda su confianza en mí, ¿imagina qué pensaría si la reina emprendiera su viaje por el gusano del tiempo sin nosotros? ¡Apúrate! ¡Apúrate! —gritó la señora Horig—. Creo que me quedaré para ayudarte, ¡aún tengo un poco de tiempo! ¡Sí, será mejor que te ayude con esto! —replicó cargando un saco de harina sobre su espalda—. ¡Qué miras, enano ocioso! Sé lo que está pensando, pero no esperaré a que llegue la hora de hacer mi delicioso pastel de carne para descubrir que no hay suficientes ingredientes en la cocina de la Fortaleza.
—¡No diga tonterías! ¿Cómo no va a haber harina, mujer? La cena será un éxito, y lo será porque yo me encargaré de que lo sea.
—¡Ya basta, si no va a ayudar, mejor se marcha! ¿Cree usted que me voy a olvidar de lo que le ha hecho al pequeño Laraz? ¡Desde ya le advierto que esos alardes no le servirán de nada! Tarde o temprano la anciana regresará de su viaje, y entonces ajustaremos cuentas —aseguró la señora Horig a su esposo, entornando los ojos por unos segundos, para darle la espalda y salir de las cocinas sin mirarlo.
—Mira ella, ¡qué digna! —sonrió el cocinero viendo cómo se alejaba, mientras pensaba cuánto le gustaba escucharla pelear. Era algo que formaba parte del matrimonio y sin lo que Turig ya no podía subsistir—. Por más que reniegue de mí, por más que discutamos día tras día, y a pesar de todos los insultos. ¡Juro por la diosa que la quiero a mi lado! Y es que me encanta escucharla, pelear, aunque no tanto que siempre quiera llevar la razón. Pero lo que tengo total y absolutamente claro es que la quiero con locura…
—Son muchos años juntos y yo aprendo rápido —dijo, recordando la misiva con la respuesta del zahorí Vári.
“¡Por supuesto! Estaré encantado de conseguiros otro Ovalí. Y con respecto a lo de la casita de las Rojas de Carmelian. ¡Tengo una buena noticia para usted! Está casi restaurada y su dueño está conforme con el precio acordado.
Posdata. El caldo que me envió es exquisito, hacía mucho que no probaba una aguamiel tan extraordinaria. Atentamente, su amigo, Zahorí Vári Onca Oibur.”
Pero ¡no todo era tan esperanzador en el palacio! En el interior del palacete, la reina se había quedado dormida después de velar al príncipe Zeldriz durante toda la noche, y los temores que albergaba se revelaban a través de su cansancio en un terrible sueño:
—¡Amma, gracias a la diosa os encontráis bien! ¡Y vos, también estás aquí, mi querido Zeldriz! ¡Ven, acércate un poco a la luz, no consigo verte la cara! ¿Vos? No… No… —despertó gritando, aterrada.
—¿Majestad? ¡Cálmese, solo ha sido un sueño, aquí nada malo puede pasarle! —aseguró Mivha, ayudándola a recostarse.
—Zeldriz —murmuró la soberana comprendiendo que su pesadilla la perseguía hasta la realidad.
—Vamos, cálmese debe regresar a sus aposentos antes de que la echen en falta —dijo la pequeña ninfa. Pero Tahíriz no movía ni un músculo de su cuerpo. Y así permaneció durante unos instantes, en los que repasó con celo el rostro del consejero sin encontrar mejoría en él.
—¡Por la diosa! No lo conseguirá, ¿no es cierto? Desearía que todo esto no fuera más que un mal sueño.
—Lamento que no lo sea —afirmó Mivha, empatizando con el dolor de la reina—. Pero en breve empezarán a llegar las doncellas a preparar lo necesario para acudir a la gran cena Amatista. Comprendo que os resulte doloroso tener que dejarlos atrás, ¡no podía ser de otra manera, siendo como son dos pilares importantes para vos! Pero no hay otra salida. Mi reina, no olvide que seré yo personalmente quien cuide de ellos. ¡Confíe en mí, majestad, aquí estarán seguros!
—¡Tiene razón! Debo dejarlos. No se aleje de ellos por causa alguna, y cuide de sus vidas, como si cuidara de la mía.
—¡Márchese tranquila! No me separaré de ellos. Deprisa, las meigas no tardarán en llegar y apenas dispone de tiempo —aseguró la pequeña tirando con insistencia de ella… ¡Que se había parado ante ambos umbrales para llevarse consigo el recuerdo de sus rostros! Aterrada solo de pensar que esa fuera la última vez.
—Recuerda, Mhiva, solo recibirás instrucciones mías —insistió la reina antes de atravesar el lazo de poder para volver a la superficie.
En esa misma ala de palacio, las Sword Ayla y lady Halldora intercambiaban opiniones:
—¿Está segura? —preguntó la ninfa suprema a su Sword.
—Lo estoy, Suprema. Fue encontrada por el zahorí mayor y por el maestre cuando iban camino de las Rojas de Carmelian… Dicen que su estado era lamentable. ¡Al parecer cortaron las puntas de sus alas!
—¡Qué hicieron qué! —dijo tomando un segundo para asumirlo—. ¿Volverá a volar? ¿Por qué guarda silencio? —dijo temiendo que Lady Ohupa fuera una víctima más de una serie de decisiones equivocadas. Aquellas de las que le advirtió la señora Zolarix en su momento con una sencilla frase que aún retumbaba en su mente.
—¡Memoria e historia! —suspiró pensando en cómo había cambiado todo en tan solo unos días.
—¡Disculpe, mi señora! No la he escuchado —observó Ayla esperando una respuesta, pero al no recibirla, optó por responder a la anterior—. No, no lo hará, según tengo entendido su cuerpo ya no reacciona a las lágrimas de hada. ¡Al parecer el daño es irreversible!
—¿Algo más? —se interesó la Suprema, tensando el cuerpo para controlar la rabia que lo invadía.
—¡Bueno! ¿No sé si será importante? Pero dicen que los árboles nodriza susurran nuevos cuentos a los niños terios.
—Continúe, desde este momento, cualquier incidente, por insignificante que fuere, puede marcar la posibilidad de un cambio en la ejecución de nuestros planes.
—Dicen que un linaje ha perdido el favor de la Deidad porque el jinete corrompió a su montura.
—¿Se sabe el nombre del jinete? ¡Por el bien de todos, espero que no sea del linaje de los Onnei!
—¡Sí, mi señora, se trata de Ser Blazéri Onnei!
—Y dice que su montura ha dejado de ser pura, ¿cómo es posible?…
—¡Así lo afirman las voces del bosque! Záun el poderoso, ha dejado de ser puro.
—Si eso es así, debería estar muerto.
—Eso creía yo, pero los árboles nodriza cuentan que el animal existe. Y que consiguió desmontar al heredero terio y a su hermana, la princesa Loum. Lamento deciros que la primera nombrada también se encontraba allí.
—¿Hablas de la princesa Tidartiz?
—Ahora la llaman la ‘profetizada’. Cuentan que el príncipe Xium la salvó con el poder de su tatuaje.
—¡Bien, sabéis mejor que nadie que llevo tiempo negándome y que, en estos momentos tan peculiares, lo último que deseo es poner en peligro la vida de la reina! —dijo lady Alldora—. Pero, llegados a este punto, no veo cómo evitarlo.
—¡El Valle de Caux! Sí, yo también lo había pensado. Es peligroso, pero parece que no tenemos otra a alternativa —afirmó lady Ayla.
—¡Hablaré con su majestad! Si decide aceptar, habrá que mandar una disculpa en su nombre, no podrá asistir a la gran cena. Prepáralo todo, partiremos hacia El Valle de Caux tan pronto como la reina esté dispuesta.
—Creo que eso no será posible, mi señora. Cuando venía hacia aquí me encontré con el secretario Mirhog. Estaba muy alterado porque no conseguía encontrar a la señora Zolarix. Al parecer, el rey de los Amatis llegó anoche a la Fortaleza. Un cuervo trajo noticias esta misma mañana, expresando su deseo de cenar esta noche con su majestad. Según los informes del secretario, es posible que el rey de los hombres desee pedir su mano con connotaciones políticas.
—¡Si eso es así, debemos informar de ello a la reina! Y si es pertinente, estar de carabina hasta que termine la cena. De cualquier forma, la gran cena Amatis no será de mi agrado en esta ocasión, ese arribista de Ser Onnei se encontrará allí —aseveró lady Alldora, visiblemente preocupada.
—¿No lo detendremos, mi señora?
—¿Bajo qué acusación lo haría? Los susurros de las nodrizas no dejan de ser nanas para sus niños. El consejo no nos apoyará sin pruebas. No olvide que la casa Onnei es de las más poderosas del reino, pocos se pondrán en su contra.
—¿Y respecto al Valle de Caux? Se supone que la reina debe acudir a la cena, ¿cómo habrá lugar entonces para lo más importante?
—Deme tiempo, Sword. Necesito reflexionar sobre ello. Por ahora lo mejor será comunicar todo esto a su majestad, porque será necesario que tome su decisión lo antes posible.
En los aposentos reales, la reina se sintió liberada al descubrir que las cortinas permanecían aún cerradas, lo cierto es que estaba muy cansada, así que entró con sigilo y se recostó. Apenas unos segundos después, la puerta de la estancia se abría dejando pasar a un tropel de sirvientes.
—Vamos, vamos, lo primero las cortinas, rápido —ordenaba la señora Horig sacudiendo de su vestido los restos de harina—. ¡Déjense de tantas risitas y preparen los baúles! ¡Ya tendréis tiempo de relajaros esta noche después de servir la cena! —aseguró, repasando entre susurros la lista que le había dejado la señora Zolarix.
Unos minutos más tarde, Didig entró en la estancia real—. Señora Horig, ¡la caravana ha tomado tierra!
—Señoritas, durante las próximas horas espero de todas el mejor servicio… Vamos, todas saben lo que deben hacer.
—Majestad, el secretario está en la entrada —dijo Eleris, sofocada—. Le pide disculpa por su atrevimiento, pero asegura que no ha conseguido encontrar a la señora Zolarix, y que es necesario que le conceda unos minutos de su tiempo.
—¿No puede esperar? —inquirió la señora Horig—. Creo que lo más oportuno sería recibirlo en el salón privado. ¡No me parece apropiado que la recepción se haga en el dormitorio real!
—¡Lo lamento, majestad! —interrumpía desde el umbral el secretario—. La señora Horig tiene razón, pero es muy importante que le entregue esta misiva.
—Señora Horig, podría… —solicitó Tahíriz, señalando la puerta.
—¡Por supuesto, majestad! Dígame, señor Mirhog, ¿cómo puedo ayudarle? —dijo con tirantez, porque para su parecer llevaba muy poco tiempo entre los trabajadores de palacio, y al igual que Didig, se tomaba demasiadas libertades.
—Por favor, entregue este correo a su majestad y mi disculpa, ahora debo volver a mi despacho. Pero antes permítame que le robe un segundo de su tiempo para recordarle que el joven Merhug aún no se ha presentado como le solicité.
—Créame que lo lamento. Pero ya no será posible hasta nuestro regreso, y ahora me incomoda tener que decírselo, pero debo dejarlo, ¡y no se preocupe, le entregaré esta misiva a la reina, en cuanto deje usted de robarme tiempo! —aseguró sin darle oportunidad de gesticular, cumpliendo su compromiso segundos después.
—¡Su ropa de viaje, majestad! —dijo Eleris, cogiéndola de las manos de la segunda doncella, mientras otra corría a retirar la ropa de cama, y otra contaba los baúles para confirmar que estaban todos.
—Su majestad ya está casi lista —dijo la primera doncella—. Solo elevar el cabello… A mi modesto entender, un moño trenzado es lo más cómodo para el viaje. ¡O puede que no resulte tan cómodo! —aseguró, desdiciéndose cuando vio cómo una gota fluía producto del crisólito real, deslizándose lentamente por el suave bello del cuello de su reina. Entonces se dirigió con absoluta discreción a la soberana, acercándose hasta poder susurrar unas palabras en su oído.
—¡Majestad, vuestra Olivina! —dijo, cambiando el estilo de peinado para ocultarlo, en tanto la reina se llevaba la mano a la nuca, devolviéndola, húmeda de poder ante su vista… Sin embargo, no se la vio sorprendida, ¿cómo podía estarlo? Ella sabía que la Deidad no dejaría pasar la elaboración de los anillos, entre otras cosas que no debió hacer si no quería llamar su atención.
Justo en ese momento, llegó la consejera lady Halldora acompañada por lady Ayla. Sin embargo, el intercambio de información iría por parte de la primera, que estaba dispuesta a plantearle su propósito, y decidida a informarle de los aterradores arrullos de las nodrizas del Bosque Terio.
—¡Esperanza y luz, majestad! Me gustaría tener la oportunidad de hablar con vos en privado, ¡si no le molesta!
—Por supuesto que no, consejera. ¡Déjennos! —ordenó Tahíriz con tono accidentado, causado por el terrible ruido que se abría paso en el interior de su cabeza.
—Vamos, no han escuchado a la reina. ¡Salgan, salgan todas! —dijo la señora Horig saliendo tras ellas.
—Espero que no haya venido con la intención de disuadirme. No cambiaré mis planes… Como le informé, acepto el riesgo. Lamento que mi decisión le suponga un contratiempo, pero estoy decidida. La visita al Valle es necesaria.
—Todo lo contrario, Majestad. ¡Venimos para acompañarla! Pero antes debo informarle de que lady Ohupa se encuentra en las Rojas de Carmelian.
—¡Eso son buenas noticias, espero que se encuentre bien! —dijo, levantándose con prudencia, pues se sentía mal y débil. Aun así, no pensaba retirar los anillos.
—¿Se encuentra bien, majestad? —preguntó lady Halldora, haciéndole un gesto a su Sword para que abriera la puerta que daba al jardín—. ¡Un poco de aire fresco le ayudará! —afirmaba, acercándose a la mesita del desayuno para servirle un poco de Agua de Luna.
—Me pondré bien, ¡solo ha sido un pequeño mareo! Nada por lo que preocuparse —contestó Tahíriz, arriesgándose a caminar—. ¡Siga hablando, lady Halldora! ¿Cómo se encuentra nuestra valiente guerrera? Deseo que se incorpore lo antes posible.
—Lo hará, pero no como Sword, ¡por desgracia, no volará más! —dijo la consejera, manteniéndose firme.
—¡Se lo repito! —aseveró la reina, afrontando el golpe que suponía aquella noticia—, deseo que se incorpore lo antes posible, y de ahora en adelante lo hará como Guardia Real de mi persona —afirmó Tahíriz, presa de un sudor frío.
—Estoy segura de que será un gran honor, lady Ohupa le estará muy agradecida. Pero quiero hablar de algo más y le rogaría que…
—¡Dejadnos! —dijo la reina y, a su orden, la consejera se apartó a un lado para que la Sword saliera de la estancia.
—Os ruego que me perdonéis, pero lo está haciendo de nuevo. Os conozco lo suficiente como para saber que no cambia de opinión con facilidad y por ello os ruego, os ruego…
—¡Majestad, vuestro vestido! —murmuró lady Halldora, alarmada.
—¡Deje eso por ahora y présteme atención! Me gustaría informaros que durante el transcurso del día de ayer me dediqué a la elaboración de un plan factible, y creo… Creo que podemos beneficiarnos de cierto pasadizo. El mismo que utilizó lady Ayla y al que solo se puede acceder con una invitación de invisibilidad, tome este anillo:
—Lady Ayla sabe cómo darle uso —dijo, recordando que fue su propio padre quien lo mandó forjar—. Casi lo había olvidado. Por él solía entrar mi padre para no ser visto, no mucho antes de que perdiera la vida. Recuerdo que, por aquel entonces, nos enfadábamos con frecuencia…
«Yo era una joven inexperta y solo quería libertad. Aquel día él insistió en que debíamos acudir a un entierro y que, seguidamente, partiríamos a otro para mostrar nuestro respeto. Pero yo me negué a acompañarlo. ¡Nunca más lo vi! Partió aquella misma mañana sin despedirse y camino de la ceremonia su carruaje fue atacado por una bestia que surgió del cielo».
—Recuerdo aquel día, ¡la bestia de la que me habla se llamaba Toxfat! Tengo entendido que tras aquello desapareció.
—¡Sí, lo hizo! Pero no es de eso de lo que quiero hablaros. Necesito que encontréis la salida al exterior. Debe estar cerca de mis caballerizas, pero no sé en qué portón, no creo que esté más allá de la tercera en dirección sur. Si tenemos en cuenta que mis aposentos ocupan el primero y el segundo, le será menos complicado si conseguís los planos originales de palacio. Con eso os puede ayudar la consejera Dilhay, en el caso de que yo no pudiera hacerlo. Recuerde que hay una segunda entrada a mis aposentos que da a los jardines, justo a los pies del puente… Creo que la salida está, creo que está —repitió la última frase porque el dolor que sentía era tan fuerte que la estaba ahogando. ¡Y de repente un extraño sonido llamó la atención de ambas!
—¡Majestad! —gritó la consejera deslumbrada por un fuerte conjuro, que levantaba a la reina con violencia, arrojando su cuerpo contra el tocador. La magnitud del golpe la dejó inconsciente sobre un terrible lecho de vidrios y astillas. El fuerte ruido provocó la inmediata intrusión de lady Ayla, seguida por la señora Horig y la primera doncella.
—Vamos, Eleris, ayúdeme a llevarla a su cama. ¿Acaso no me escucha? Deje de sollozar y ayúdeme.
—¡Ya vienen! Ya vienen las meigas, señora Horig —gritó Didig, sofocada por los dos tramos de escaleras—. ¡Por el océano de Ax! ¿Qué le ha ocurrido a su majestad? —se preguntó tapándose la boca y retrayendo el cuerpo, la miraba hipnotizada.
—¡Que traigan sus dones! ¿Me oyes, muchacha? ¡Corre! ¡Vamos! Tu reina la necesita.
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