![](https://www.lamorada.pro/wp-content/uploads/img_5765-1.jpg)
Desde su primer aliento —si es que una criatura de madera puede respirar—, la marioneta fue tallada con esmero a imagen y semejanza de una cualquiera de ellas y esculpida bajo un ideal ajeno. Las vetas de su cuerpo lucían el trazo del cincel, no de su deseo, y los nudos de sus articulaciones marcaban la ruta de un movimiento que jamás le perteneció. Las sombras alargadas de quienes la esculpieron en un pasado que se alarga en el tiempo como las propias sombras la envolvían en un abrazo oscuro, premeditado, apretando, sosteniendo, controlando. Y los hilos, esos hilos, eran cadenas de forja disfrazadas de seda.
Las manos que la guiaban, invisibles ante los ojos de la sociedad pero con la firmeza llevaba a la extenuación, decidieron por ella desde el principio de sus días. Desde aquel primer supuesto aliento.
Qué pasos dar, qué melodías bailar, cuándo detenerse…
![](https://www.lamorada.pro/wp-content/uploads/img_5292-1.jpg)
Había momentos en que el tirón inesperado era más fuerte, y otros en que parecían notas musicales que movían sus pies y sus manos con delicadeza, casi amable, pero siempre estaba allí: la constante de un poder que no era suyo. A veces, creía escuchar palabras de aliento provenientes de las sombras, como si intentaran justificar la prisión que tejían: “Así es como debe ser”, “Esto es por tu bien”, “Las marionetas no se mueven solas”.
Pero, bajo las capas de pintura y barniz, algo ardía. Una llama de irreverencia se encendió y fue tomando fuerza en el centro de su madera, quemándole las entrañas llegando el calor hasta las raíces de ese árbol que una vez fue, le recordaba que antes de ser tallada había sido libre. Ese murmullo creció con el tiempo, transformándose en una furia tranquila, una conciencia que exigía ser escuchada.
Un día, cuando las sombras se desvanecieron mínimamente y los hilos perdieron tensión por un instante, la marioneta sintió su propia fuerza. No fue un movimiento abrupto ni un gesto violento. Fue apenas un temblor en los dedos, una inclinación en el cuello, un leve giro de la cabeza hacia la luz que se filtraba desde la lejanía de un viejo ventanal de madera donde se posaba un pequeño pajarito que trinaba libertad. Las sombras se percataron,l y los hilos tensaron de nuevo su presión. Su prisión. Pero ya era tarde: la marioneta había sentido el pulso de la autonomía, y ese instante fugaz contenía siglos de resistencia.
![](https://www.lamorada.pro/wp-content/uploads/img_5290-1.jpg)
Al día siguiente, justo al caer la noche, mientras las sombras dormían, empezó a tirar de los hilos. No con furia, sino con constancia. Uno a uno los fue desenredando, rompiendo nudos, aflojando tensiones. El proceso fue largo y doloroso; el miedo se apoderaba de ella con cada hilo que caía y que parecía arrancarle un trozo del barniz que la cubría, exponiendo la madera desnuda que había debajo. Pero no se detuvo. No había marcha atrás.
Cuando por fin quedó libre, las sombras intentaron retenerla. Pero sin los hilos que las conectaban a ella, su poder se desvaneció como niebla bajo el sol.
La marioneta, que ya no era tal, se levantó. Sus pasos eran torpes, inseguros, porque caminar sin cuerdas requería una práctica que nunca había tenido. Pero eran suyos. Cada paso, cada tropiezo, cada rasguño, cada lasca dejada en el camino, cada avance.
Y en su interior, supo que nunca más sería manejada. Los que pensaban haber creado un simple objeto de madera eran, en realidad, leñadores de un bosque entero que sin ser conscientes, habían sido la fuente a partir de la cual brotó una fuerza salvaje, indomable, que ahora caminaba con la dignidad de quienes habían reclamado su existencia.
![](https://www.lamorada.pro/wp-content/uploads/1000089878.jpg)
Deja una respuesta