
Nació en buena familia y en tiempos de prosperidad, rara vez le faltó cubrir alguna necesidad, y de ser así, siempre se trataba de algún vulgar capricho.
Durante su niñez, se entretuvo rodeado de juguetes que fueron forjando su imaginación. Horas interminables mezclando fantasías dentro de un universo inalcanzable, repleto de valores, entretenimiento y diversión.
Con el tiempo, fue abandonando la soledad física de su hogar, dejando volar más libre su alma en contacto con la naturaleza más salvaje que conoció.
Encontró su tribu, la gente con la que creció. La que le forjó durante sus primeros fracasos y la que vio como se le escaparon las grandes oportunidades primeras.
Raros fueron los que quedaron por el camino, muchos de calidad y en número, para cómo se las gasta la vida.
Más derrotas, más ilusiones perdidas en un mundo que ya escapaba de su universo de juguetes de antaño.
Se busco compañeras de vida, más cercanas, más carnales y repletas de belleza. Se sumaron decepciones tras periodos de abundancia, que al final es lo que queda, aunque en el momento duela.
La luna como compañera y psicóloga de turno, los bares como confesionarios de las peores miserias y las calles como modo de resistencia.
Lo tenía todo, dentro de un todo limitado, pero teniendo siempre presente lo realmente necesario e importante.
Y no sé enteró de nada…
Trabajó, sin quererlo, a destajo. Luchó por mejorar y crecer con sus compañeros. Se hartó de la lucha, ya que el bien propio del ajeno, siempre, corrompía a sus ideales grupales.
Siguió su vida de la mejor manera posible, siempre criticado, siempre dolido. Consigo y con las circunstancias que no podía controlar .
Pero la maldición ya había hecho su presencia y no había conjuros para detenerla.
Tuvo juventud, tiempo y ganas, ya no le queda casi nada y aunque sonríe al viento por si alguien mira, sabe que está a un empujón de que se lo lleve el tiempo.






