El día que nací fue el momento en que todo empezó. Se notaba que la matrona y las enfermeras la tenían tomada conmigo. Es evidente; lo primero fue golpearme hasta hacerme llorar. Tuve, pasados dos días, que disimular ser mayor para que me dieran el alta y zafarme del control que sobre mi gran persona ejercían.
Pasaban las horas, los días y todos mis familiares con la puta costumbre de observarme. Todos sus piropos, chistes y palabras bonitas eran rotundamente falsas, sólo las usaban para acercarse a mí, que yo soltara una risa y así tenerme vigilada.
La vida pasa y los cuchillos de vuestras miradas se clavan en mi. No hay día que pase sin una mirada de control, un mal gesto o saludos vacíos esperando saber de mí.