A los pies de la Santísima Virgen del Pilar, y rodeada de miles de Aragoneses y de peregrinos del mundo entero, que le ofrecen miles de ramos de flores, para que la Señora esté preciosa el día de su onomástica.
Verdaderamente es algo admirable, me comentó un amigo que había vivido su fenomenal fiesta y sobre la fe tan grande que le tienen los Aragoneses a la “Pilarica” que es como conocen a la Santísima Virgen del Pilar, patrona de la Hispanidad.
Con el deseo de poder participar de sus fiestas, cogí mis bártulos y me marché para Zaragoza.
Llegué el día anterior a la festividad y me estaba esperando en la estación un matrimonio amigo. Él por cierto Sevillano de nacimiento, pero por el destino que le tocó en la mili, se tuvo que marchar a Zaragoza. Fue durante el periodo militar, que conoció a una Zaragozana que hoy día es su mujer, por cierto bastante religiosa y enamorada de su tierra y sobre todo de su “Pilarica”. Esto junto a que mi amigo gran Cofrade Sevillano, le entusiasmó todo lo relacionado con la Fiesta del Pilar.
¡Se juntó el hambre con las ganas de comer! Como dice el refrán.
Pues bien, este ejemplar matrimonio me enseñó cómo se vive la fiesta desde el día anterior. Élla me enseñó el traje regional y todos los habalorios que conlleva vestirse con el rico traje, que luciría el día siguiente. Como no podía faltar, me invitaron a dar un paseo para que fuera conociendo el ambiente que se vive en sus calles. Nos metimos en una tasca cerca de la plaza donde se monta el magnífico monumento a la Virgen. Nos tomamos varios vasos de vino con sus correspondientes tapas, y cuando más enfrascados estaban mis amigos contándome vivencias y anécdotas, se acercaron varios matrimonios que se dieron cuenta de que era Andaluz, y me ofrecieron brindar por la Virgen, pero fue en sus botas que las llevaban preparadas con su maravilloso vino, que por cierto sabe de maravilla y también debido a la gran cantidad que bebes cada vez que brindas, se sube a la cabeza de una manera desorbitada, pero qué más da, un día es un día, y más estando entre gente tan estupenda y generosa.
Al día siguiente y pese a mi dolor de cabeza, me puse mi traje y mi mejor corbata para estar acorde con la elegancia que llevaban mis amigos.
¡Ella preciosa, por cierto!
Como la distancia desde donde viven mis amigos, hasta la plaza donde está el monumento a la Santísima Virgen es relativamente corta, nos fuimos paseando por sus calles y disfrutando de su ambiente.
Lo primero que hicimos fue acercarnos a una preciosa floristería y comprar un hermoso ramo de flores, en el que participé según la tradición, luego nos dirigimos paseando hasta la plaza donde se erige el monumento a la Señora y donde tienes que ponerte en unas grandísimas colas para poder llegar hasta las personas encargadas de colocar los ramos de flores.
¡Qué arte tienen en buscar el hueco adecuado para cada ramo y que no rompa la armonía!
Una vez que se le reza a la Virgen, seguimos paseando por la plaza y donde alguna vez que otra, nos parábamos para tomar el correspondiente vaso de vino y disfrutar de sus bailes ¡Me recordó a mi Sevilla, donde nos gusta pararnos en cualquier sitio para cantar y bailar!
Como es costumbre mis amigos pertenecían a una peña donde estuvimos comiendo y bailando hasta bien entrada la noche.
El día siguiente y dándoles las gracias por los momentos tan estupendos que me habían hecho vivir, me despidieron invitándome a volver al siguiente año.
Mi amiga me regaló una medalla de la Santísima Virgen, para que siempre la llevara conmigo, y por cierto, es la que llevo colgada de mi cuello y a la que cada día, le pido su protección.
¡¡Gracias Pilarica!!
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