Qué bonito tiene que ser el que alguien te vea por la calle y te reconozca por algo que haces y que te admire.
Qué bonito tiene que ser hacer tu trabajo y que miles de personas, no solo te reconozcan, te admiren, te aplaudan sino que encima se quieran parecer a ti.
Qué bonito es llegar a casa de un peque y ver que tiene colgado en su cuarto la foto de sus ídolos y puestas siempre unas botas de fútbol. Negrero, Navas, Cicinho y Daniel Alves representan los sueños de este chiquillo que
desearía defender los colores de su equipo de siempre; nuestro equipo.
Pues yo me siento identificado con las ilusiones de ese pequeño futbolista en potencia cuyos estudios lo encaminan hacia la economía y sus pensamientos hacia el Ramón Sánchez Pizjuán.
Ojalá los Bacca, Gameiro y compañía pronto ocupen un hueco por encima de Álvaro, Jesús o Dani, pero para ello no pueden romper el corazón sevillista de este pequeño aficionado que necesita que los «héroes» que visten su camiseta sagrada, esa que también tiene colgada en su cuarto firmada por el palaciego, den la vida en cada entrenamiento, en cada partido y honren los colores de su padre y su abuelo.
De momento, el hueco está ocupado por otras cosas sin valor, que deberían ser sustituidas…