Recostado en una duna en medio de este paraíso, virgen a la mano del ser inhumano, y envuelto en mi halo de soñador navegante y con la elegancia que me caracteriza os desvelaré que los sentimientos afloran sin remedio y el reguero de gotas que se derraman del pozo con el que veo al enemigo antes de abordarlo con mi tripulación de majaras piratas de vuelta, se aceleran por efecto de la gravedad, por el gradiente salino y porque en el fondo soy un cachito de pan.
Lo confieso, mis rivales me ven temibles, siempre con esa sonrisa pícara indescifrable para ellos, esos aires chulescos, planta impertérrita y pose del que se sabe en posesión de la garra y la entrega en la batalla de Apolo y el gusto por el vino y la fiesta de Baco, pero con un corazón que late de manera muy especial. Y esa banda sonora muy particular solo la sienten los que respiran como yo.
Y sí, aquí, con los pies llenos de arena, melena al viento y barba encrespada por la sal, leyendo un no muy viejo papelote escrito, que ha llegado embotellado a estas orillas, con remitente pero sin destinatario, mi corazón se retuerce, mi espada se hace daga y conmovido os confieso: amo ser otros de esos personajes que viven aventuras terrestres, muy diferentes a las que te da el mar, y sentirme superhéroe de vuestro día a día. El cirujano salvavidas, el bombero apagafuegos, el autónomo sin capa, el programador que hackea al pirata (incluso siendo de mi profesión), los padres que sacan a delante a sus hijos cegando las miserias de sus sueldos, los abuelos que esconden arrugas y monedas para sus nietos, y así un eterno etcétera de héroes que me emocionan y ante los cuales, lanzo mi espada y mi parte al infinito y me rindo ante ellos.
Mejor no os cuento ni remitente ni contenido. Imaginen…
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