Un banco carcomido a la sombra de un viejo, frondoso aunque triste y desangelado árbol son el paraje desde donde me dispongo a divagar atrevidamente sobre mí, sobre él, e incluso sobre ti que estás leyéndome y acabas de poner cara de ¿sobre mí?
Poseo la virtud, puede que la única, de ver la tragedia en el tráfico trágico de cada instante y vuestras caras angustiosas y angustiadas os delatan y se adelantan a cualquier razonamiento por obvias.
Aparca el coche, o mejor, déjalo ahí mismo con las puertas abiertas, qué más da…
Pon las luces intermitentes o ni siquiera eso, el que venga detrás asombrado, verá un obstáculo en su vida y nunca se percatará de que hay un lujoso coche que te asfixia cada primero de mes, cada semana cuando malgastas billetes en mantenerlo reluciente y con el depósito lleno de refinados combustibles que de refinados más bien tienen poco. Tan poco como tus modales cuando llegas a casa al borde del colapso y tu pequeña te dice papá, papá tres veces seguidas en su inocente ignorancia y que sólo reclama un ratito de tu tiempo. Ayyy el tiempo…

Psicólogos, carencia de tertulias entre amigos, diazepan, malos modales y prisas, y por supuesto un cerebro a punto de estallar y tú sigues pensando que lo controlas todo. ¿Lo controlas todo o todo te controla a ti?
Ábrete el maldito nudo de la corbata, arroja la chaqueta al solar, sácate la camisa, desabróchatela a la par que tu alma y respira, pero de verdad.
¡Libérate de todo lo que te haga mal! Y si me apuras, hasta de lo que te hace algo de bien y suelta el reloj, el móvil, el portátil, el móvil del trabajo y dedícate tiempo a contar los segundos mientras disfrutas de un libro en un parque, a la sombra, con los pies descalzos pisando el poco césped que haya. Madruga si es preciso y huye de tu cueva, cueva por cierto que creaste piedra a piedra y hoy se derrumba encima tuya y sigues ahí, sin darte cuenta que acabará por enterrarte en vida.
Deja una respuesta