En el momento en el que mi mundo se quedó a oscuras, supe que todo había terminado. Ya nada sería igual y, ni mucho menos, merecía la pena. ¡Qué pena, mi pena!
El tiempo pasado, la vida en común y los buenos recuerdos quedaron en el olvido. En un cajón desastre que dejaré en el altillo para que se llene de polvo y que sea el tiempo quien le dé su merecido.
Ese mismo instante me hizo volver a sentir, a ver la luz de nuevo brillando en mis ojos y a notar como las comisuras de mi cara recobraban su alegría.
Cuando el sí dejó de ser, sin necesidad del no, entendí que mi vida había vuelto a empezar.
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