La duda arranca silenciosa desde el inicio de estas palabras. ¿Blancos silenciosos? ¿Silencios blanquecinos? Y ganó el último en llegar tan solo porque el inicial me llevó a pensar en objetivos de caza y bien podría alterar la plenitud callada y pretenciosa de este artículo.
Una mirada oculta desde el interior de una prisión puntual, viento en levedad que roza mi epidermis recordándome que hay algo más allá de estas paredes, suelo ensolado poroso aún húmedo por las lluvias pasadas y un juego de blancos que sirven de atrezo a una calma silenciosa protagonista.

Blancos en las paredes, blancos vecinales capaces de confundir fachadas y techos; techo celestial blanco con ligeras trazas grises jugando a ocultar diminutos agujeros azules, que no negros, escondidos ante tanto algodón natural que empalaga la vista.
Como contrapunto de color, ropa tendida; colores que destacan ante mis ojos. Fin de año como meta…
Sale el sol con la misma timidez que golpea el viento, mientras un coche rompe el silencio silencioso respetado cuando el tinte gris se encarga de manchar la estampa avisando de lo que ha de caer.
Caen las primeras gotas y con ellas se marcha el silencio, se rompe la fotografía y se acaba este artículo. Regresen a casa.