En uno de esos momentos de no hacer nada en los que los ojos y la vista -que son cosas diferentes- se detienen y se dedican a la contemplación, las ramas y las hijas de un viejo árbol sobre mi cabeza, con dos palmeras de fondo dan rienda suelta a analizar, de manera consecuente, el borreguismo de una sociedad acomodada sin criterio que se desvive en sobrevivir malviviendo sin detenerse a pensar en lo conveniente y en los inconvenientes de su comportamiento.
Se levanta un poco de aire, los dos alargados troncos de las palmeras permanecen inalterados mientras las ramas y las hojas que eran protagonistas del párrafo anterior se mueven ondeando y modelando su silueta al son que marca el viento. Si el viento sopla débil, nos movemos solidariamente con él; si sopla con soberbia, dejo que me lleve a su ritmo, a su manera sin oponerse absolutamente, incluso pudiendo ser contraproducente para su bienestar y caer tronchada y “desplumada” al suelo.
¿Cuántos y cuántos seres humanos inertes en vida conoces que se deslizan en el vaivén de ese “sol que más calienta” para quedar bien o, peor aún, no quedar mal?
Meditar y filosofar sobre lo conveniente y no conveniente y las personalidades hidrofóbicas (dícese de aquellas que tienen a no mojarse nunca…) es un maravilloso mundo que observar, aprender y no repetir.
Posdata: se acaba de tronchar una de esas ramas que os decía…