
Ayer, las calles se llenaron de voces. Voces de mujeres que aún deben retumbar reclamando justicia, derechos y seguridad. Voces que, aunque resuenan con más fuerza cada 8 de marzo, deberían escucharse todos los días del año. Porque la lucha por la igualdad no es una fecha en el calendario ni una marea que sube y baja con el paso de las horas. Es una responsabilidad constante, compartida y urgente.
Hoy, 9 de marzo, la pregunta es inevitable: ¿qué hacemos con el mensaje de ayer? ¿Lo guardamos hasta el próximo año o lo convertimos en acción diaria? Es fácil emocionarse ante las imágenes de las manifestaciones, compartir un mensaje de apoyo en redes o decir que entendemos la lucha. Pero lo difícil, lo verdaderamente importante, es demostrarlo con hechos cuando las cámaras se apagan y la rutina vuelve.
La igualdad no es una cuestión exclusiva de las mujeres. Nos involucra a todos. No basta con “respetar” a las mujeres de nuestra vida; es necesario cuestionar el machismo en todas sus formas, revisar nuestros propios privilegios y entender que la equidad no es una amenaza, sino un beneficio para toda la sociedad.
El cambio real sucede en lo cotidiano: en cómo educamos a nuestros hijos e hijas, en la manera en que enfrentamos comentarios y actitudes machistas en el trabajo, en casa o en la calle. La lucha feminista no busca confrontación, sino justicia. Y si creemos en un mundo más justo, entonces la lucha también es nuestra.
Hoy es 9 de marzo. Ya no hay pancartas en las avenidas ni discursos en las plazas. Pero el compromiso sigue en pie. Que el eco del 8M no se disuelva en la inercia del día siguiente. Que cada día sea un paso más hacia la igualdad. Porque solo cuando el feminismo deje de ser necesario, habremos logrado el objetivo.
