
A Lucía siempre le costaron los cambios. Guardaba cartas viejas, vestidos que ya no le servían, relaciones que dolían más de lo que sanaban. El cambio le sonaba a pérdida, a duelo, a desorden. Así que durante años intentó mantenerlo todo en su sitio. Bajo control. Previsible. Seguro.
Pero la vida no entiende de estabilidad.
La vida sacude, revuelve y… transforma.
Una mañana, se encontró con una carta de despido sobre la mesa, una llamada de su hija diciendo que se iba a vivir lejos, y el reflejo de su rostro, más cansado que nunca, mirándola desde el espejo con la verdad en los ojos: “Ya no soy la misma.”
Esa tarde, entre lágrimas y silencio, Lucía salió a caminar sin rumbo. El viento soplaba fuerte, como si quisiera arrastrar lo que ya no le pertenecía. Pasó por una pequeña tienda antigua en la que nunca antes se había fijado. En el escaparate, una caja de madera y un cartel que decía: “Aquí vendemos llaves para almas valientes.”
Entró.
Sin pensarlo.
Como si algo dentro de ella ya supiera el camino.
La dependienta, una mujer mayor de sonrisa serena, le entregó una sola llave dorada. Sin preguntar. Sin hablar.
—¿Y esto para qué sirve? —preguntó Lucía.
—Para abrir la puerta que siempre has tenido miedo de cruzar —respondió la mujer, con la certeza de quien ha cruzado muchas.
Lucía guardó la llave en su bolsillo. Durante semanas no hizo nada. Pero algo se había encendido. Empezó a escribir, a hacer yoga, a decir que no sin culpa. Vendió muebles, regaló libros, se despidió de lo que ya no le hacía bien. Y entonces entendió que cada lágrima derramada, cada despedida, cada renuncia… había sido un giro de esa llave invisible.
Y al final, la puerta se abrió.
Y detrás no había un abismo, como pensó.
Había libertad.
Hoy Lucía repite su mantra en cada sesión de mentoría, en cada círculo de mujeres, en cada charla improvisada con una amiga que siente que el mundo se le cae:
“Los cambios son las llaves que abren las puertas a nuevas oportunidades.”
Y mientras lo dice, acaricia esa pequeña llave dorada que aún lleva colgada al cuello.
No como adorno.
Sino como recuerdo de todo lo que tuvo el valor de transformar.

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