La primera vez que escuché tu nombre, fue en aquel peliculón… «Lo que el viento se llevó»Me fascinó, no entendí bien a qué se refería hasta que mastiqué y tragué aquellos vestidos, aquella delicadeza, aquella belleza serena y blanca. La «beldad» de Atlanta.
Mujer heredera de Deméter,
mas libre de crueldad,
con un fin que acometer,
de la índole de la verdad,
manifestación en el éter,
concentración de beldad.
Ella se vistió de realidad. Atrás dejó su larga cola de princesa, sus joyas, la corona, lentejuelas y bordados.
Se desmaquilló a la vida y con su cara recién lavada, soltó su última lágrima, y cruzó la delgada línea roja que separaba el palacio de la jungla con una sonrisa que la hacía sentirse especial. Más guapa que nunca…
No hay mayor verdad que alcanzar a contemplar la belleza auténtica, pura y cristalina del corazón de tu alma gemela.
No hay mayor verdad que la propia beldad. Beldad, verdadera…
-Palabrerías y vocablos encadenados de suma y superlativa belleza es la destreza súbita de este Rey Santo al manuscribir- exaltó Fernando.
-Beldad, mi señol- le contestó el chino del bazar junto a Las Setas sin saber que acababa de redundar en lo cierto. O con certeza plena que diría Fernando.
Cada día de mercado se podía ver a María. – Una limosna, -pedía. Aquella que, en su día, presumía de ser la beldad de Andalucía. Deseada, que no, amada, comprendió que su belleza no servía para nada.
Katy Núñez
Discutían entre ellas. Azucenas enzarzadas por un sinsentido. Debían afrontar lo elocuente. Ver solo una cara. Tan solo una cara. Era injusto. Entre susurros, el Giraldillo, acallaba los dimes y diretes, en un intento de calmar la angustiosa situación. Tanta beldad no podía caer en ese infortunio. Toda una lástima…
Patricia Delgado
Sus mejores pinceladas estaban en aquella tela, cubriendo bocetos hechos a lápiz.
Un ejercicio interminable de trazar, borrar y volver a dibujar una imperceptible doblez en los labios, una arruga de los ojos…
El viejo pintor lloraba tras tanto tiempo intentando captar la beldad de cada una de sus sonrisas.
Nada que ver sus retratos de juventud con los que pintaría Goya más adelante. De joven hermosa, labios carnosos, ojos cual perlas azuladas. De mayor, flor marchita, que podemos ver en telas colgando del Museo del Prado. ¿Belleza? ¿De qué sirves?
Con la sencillez como bandera
y su fragilidad como escudo,
dando a la vida mucha guerra,
con valentía y orgullo.
No hay verdad más sincera,
no la hay, no lo dudo,
que la beldad que encierra
ella sola en un murmullo.
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