
ACTO TRES
El narrador sabe que el momento preciso del encuentro será en las lindes de la luz y la oscuridad que dividen a sus mundos, donde los colores son más hermosos, mezcla de ambos reinos que se erigen cada una con sus formas y sus sueños. Por eso lo ha esperado en ese lugar, por eso aguarda solemne a que se dé ese encuentro tan esperado. El monstruo demuestra su felicidad, una tan oscura que enmarca su rostro de sombras. Ha abandonado su palacio sólo para conocerle, para vivir ese momento, por el que siente que nació. Será la primera vez que abrace la luz del existir y la vida misma, con su horrible oscuridad.
Más allá la criatura sigue los pasos de la luz, la rastrea, la tantea, la huele. Es por ella es que está allí. Recorre los parajes que siguen cambiando con el paso del tiempo y el espacio. Cielo y tierra cambian, así como de la atmósfera. La criatura no descansará hasta llevarlo hacia ese encuentro que cambiará por completo el rumbo de la vida y la muerte unificadas.
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El joven cervatillo alza la mirada, ha tentado todas las posibilidades pero ninguna se vence, el miedo no puede hacer más mella en él porque ya no podría. Finalmente se rinde, deja de huir y pelear. Espera tener el mismo final que el de las flores que se han marchitado tan pronto fueron cortadas.
Alza la mirada dejando escapar sonrisa muy triste, como si esperara su final con una sonrisa, posiblemente todo sea un mal sueño, como los que suele tener, Mayo estará cerca para despertarlo, lo sabe, o muy profundamente quisiera creerlo, pero todo es tan real, que le da miedo imaginar que eso no pueda tener salida.
Enjuga sus lágrimas con el dorso de su mano, no debe llorar porque algo tan horrible, algo creado para atormentarlo sólo puede existir en las pesadillas.
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La criatura se abalanza, nada más tenerlo cerca, y demuestra toda su gallardía ante él. Es un depredador innato, y aunque sus fauces llegan a tocarlo, no le hace daño. Tan sólo lo lleva consigo hacia el lugar del encuentro saboreando el rastro de sus lágrimas. Lo ha atrapado y el sentirle por vez primera, le hace sentir escalofríos. Lo arrastra, lo percibe, y sus colores vibran y tintinean como cascabeles, proyectándose por doquier. Lo acaricia, a su manera. Lo traslada hacia el narrador, que aguarda el tan esperado encuentro. Y cuando se detiene en ese lugar, donde la luz y la oscuridad se mezclan, lo deja a sus pies. A luz del sol y la luna imperecederos, exhibe su portentosa figura. Y acompañadas de ambas, emite el sonido que sólo una criatura como él podría emitir.
El narrador, acaricia ese rostro que tantas veces imaginó cerca de él, con una mano humana y pálida. Temblorosa por la emoción, y más por defecto creada a partir de la oscuridad. Se presenta, mostrándose respetuoso, que puede disfrazar la negrura que poblar su corazón. Acaricia los inocentes labios y recorre las tiernas mejillas con sus garras pintadas de bruño color. Desea destrozarlo y al mismo tiempo conservarlo. Desea tenerle siempre con él.
Una eternidad a su lado, valdría las mil vidas que debe de vivir en virtud de su oficio. E impulsado por la misma oscuridad de su corazón, de todo cuanto es, le besa, envolviéndolo con un destello tan similar a las estrellas moribundas, mezclada con la tersura de los cielos. Le hace daño, uno que sólo demuestra el ansía por tenerle, ser parte de él, y de su luz y su inocencia. Algo que le falta. Cuando repara en el daño, es demasiado tarde. Es narrador y ha cometido el más grande pecado al irrumpir en la existencia de una de sus creaciones. La que posee más luz, la que perdurará con la magia de su existir.
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Pareciera un cordero en las fauces de un lobo. Si aquella criatura la sentía oscura y ruin, no habría palabras para expresar lo siguiente que acontecería.
Temía hasta sentir el corazón latirle en la propia garganta castigada de llanto puro. Y, debido a la impresión, no sabía cómo expresarse más que de manera silenciosa. Lya estaba lejos, muy lejos de entender lo que estaba ocurriendo daba la impresión de haber sentido su pesadilla más larga y cansina.
Un comportamiento tembloroso gestó en la joven criatura, un lenguaje de señas humano y poco entendible creaba un puente de comunicación, de alguna manera, estable pero derrumbado con ese contacto que había desaprobado previamente su cercanía transgredida.
Su impulso fue el mismo, una repetición de la anterior.
» Déjame ir. Mayo, necesito ver a Mayo. «
Comunicó con mucho esfuerzo. Estaba seguro que despertaría pero cuándo y dónde, si la salida parecía un túnel oscuro del que no saldría jamás.
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El narrador, tras entender su mensaje, sonrió. Más que parecer una sonrisa, fue una mueca siniestra que surcó sus labios. Tuvo que hacer un esfuerzo para no destrozarlo ahí mismo, por lo que tenía pensado hacerle. Ante todo lo que había desfilado por su cabeza, y tras haberle permitido esbozar las primeras palabras. Tomó su mentón, imprimiendo fuerza en él, y le atrajo para admirarle a los ojos. Lo sedujeron, ese matiz, lo había atraído en demasía como todo él.
La risa emerge de sus labios, silenciada ante los oídos de la pequeña inocencia. Sabe que es hora de revelarle todo cuanto debe saber acerca de su existencia. Mas aguarda, pues desea hacerle sufrir un poco más, desea ver en su rostro pintada la angustia que le hace hervir de deseo. La dulce inocencia, ante él, y su temblor, estaba más que fascinado con esa criatura. Entonces comunicó, con un gesto de manos, para que así le entendiera. Fue gentil en su apariencia e intenciones, necesitaba ganarse su confianza, si pretendía que le entregara algo más que su amistad.
Era un narrador que había violado las leyes impuestas por su creador, pues él mismo había surgido de la imaginación de otro ser al que recordaba con el amor que se podía permitir ante un recuerdo bienamado. Mas no importaba, si violando esas leyes, obtendría la luz que tanto le había faltado. Lo que había anhelado. Por esa criatura, valdría la pena hasta asesinar y destruir. Tomó su mano y la besó con caballerosidad.
»Ven conmigo, no temas, dulce encanto, te ayudaré a buscar a tu amiga. «
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El miedo se evaporó tan pronto como el mensaje fue captado, asimilado y entendido por la joven criatura. Se levantó con la mediana sonrisa engarzada en su rostro, un gesto suave y aún pálido por el temor de saberse perdido.
Sus manos suaves y gentiles tomaron la diestra contraria, necesitaba encontrar el camino de regreso, esa campana le había hecho perder mucho, pensándolo bien, era su tesoro más caro, pues le había robado la libertad y la compañía de su fiel amiga, adjudicándole también la presencia de cierta criatura oscura.
Lya comprendía que ese ser frente a sus ojos, irradiaba una malsana energía, algo no iba bien, pero sí debía confiar en él para tener a Mayo devuelta, lo haría.
Limpió sus lágrimas que instaban en desbordarse por sus celestes ojos, pero no era tiempo de ello, debía buscarla, debía ingenuamente confiar en aquella criatura. Una vez más, cometía un error pero esta vez, no había nadie para que le hiciera disolver de su acto.
La sensación que le produjo el tacto, tan gentil y sedoso, fue deliciosa, similar a estar en una nube de algodón. El narrador se inclinó sobre él y abrazó con sus labios el rastro de sus lágrimas, aún impuestas como decoración en las lozanas y tersas mejillas. Sus pasos iniciaron el camino de regreso al que sería su palacio encantado, desde que su propio creador le instalara allí tras otorgarle la tan afanada libertad que sólo como criatura pudo merecer. Sin embargo, a aquel le serviría, seguiría a los pies de esa luz tan venerable.
El deseo seguía aflorando cada vez con mayor intensidad, como sus olas rabiosas colmaran el interior de su corazón tan reducido en sentimientos. Sus maneras eran gallardas como toscas, muestra inaudita de lo que era, un narrador y un mounstro por igual, capaz de crear y destruir. Maldito por toda la eternidad.
Cuando pisaron los dominios encantados, el narrador y mounstro le reveló que allí encontrarían a su amiga, y que ese castillo repleto de la inmensidad de la imaginación sería el lugar de encuentro para todos sus tesoros, deseos, anhelos y sueños. Y al comunicárselo le hizo entrega en las manos de un curioso objeto, uno por el que sabía la misma inocencia podría morir, con tal de obtenerlo. La campana le fue entregada en las manos, y la sonrisa más siniestra, una con la que expresaba su felicidad, fue convocada en sus ojos así como en sus labios. Dejó su mano sobre la de él, para que sólo se diera cuenta de quién podía tratarse el ser que se movía y existía ante los ojos del pequeño. Recordó por qué se los había dado de ese color, el color del cielo que jamás pudo admirar pues el castillo era bañado por otra clase de matiz, ajeno al que existía en el reino del día.
» Serás recompensado con el encuentro de todos los seres que perdiste, mi dulce encanto, nacido de la imaginación y el deseo más puro. Te ayudaré a encontrar a tu preciosa amiga, que sin duda te estará buscando, ella vendrá gracias a mis deseos y a los tuyos. Sólo pídelo. La buscaremos juntos. La traeré para ti con ayuda de mi poder. «
Besó esa piel tan cándida que se le antojó el más exquisito de los sabores. Tan dulce e irresistible. Juntos entraron al palacio, acompañados por la oscura criatura, y conforme avanzaban, el monstruo narrador le hablaba acompañando sus dicciones con el movimiento de sus manos. »Todo esto que ves será tuyo, preciado tesoro, lo haré cambiar para ti cada día, y a través de él buscaremos a eso que perdiste y deseas encontrar con tanto anhelo. Seremos exploradores de este mundo. «







