Se despertó casi sin darse cuenta, un pequeño haz de luz entró por la rendija casi inapreciable de la persiana que siempre bajaba hasta el final antes de acostarse. Lo echaba de menos cada minuto màs.
Era su tesoro y no estaba a su lado, ni en la habitación contigua, ni desayunando viendo la tele.
No se escuchaban sus risas, ni sus gritos de alegría. Sólo se escuchaba un silencio tan desgarrador como a veces necesario, pero su vacío era tan grande que lo impregnaba todo.
Si se quedaba sola en casa la desidia se adueñaba de su vida y de sus ganas, por eso a veces se encajaba unos vaqueros que a duras penas conseguía subir y se dedicaba a deambular por las calles de una ciudad que le regalaba su sol y su gente. Pero ese día no era el día, ese momento no era el momento. Con el café recién hecho aùn en su mano repasó cada milímetro de una habitación ahora vacía porque no estaba, volvería pero los minutos se le hicieron eternos.
En ocasiones caìa rendida al final de la noche, deseando que ese silencio que ahora se le antojaba pesaroso, se hiciera tangible en sus sentidos.
Cuando estaba necesitaba un respiro, cuando se iba lo necesitaba a su lado. Era como si una parte de su corazón se hubiese marchado y tenía tanto miedo de que un día fuera para no volver.A veces se olvidaba de olvidar los momentos difíciles, y de discusiones sin sentido que al final lo único que conseguían era arrebatarle esa complicidad tan especial que ambos sentían..I
ba a su habitación una vez màs, pero seguía sin estar, aunque su ausencia lo inundaba todo. Había luchado tanto por tenerlo, había derramado tantas lágrimas para que estuviera en su vida para siempre, que ahora que se lo arrebataba cada cierto tiempo se sentía culpable por no haber podido mantener en pie aquella promesa que le hizo nada verlo por primera vez… Siempre juntos, mi amor, siempre tù y yo.
Ahora ese nosotros se había vuelto intermitente y en el impàs de esas idas y venidas su corazón se sentía abandonado y vacío. Tanto amor por dar, tantas ilusiones por compartir…. Tantas ganas de que llegara….
Qué injusta la vida y que valiente era él, qué lección de amor le daba con cada uno de sus abrazos, sus te echo de menos, sus sòlo queda un dìa mamà. Y ella al otro lado del teléfono se derrumbaba pensando en que lo necesitaba y lo amaba tanto que se le hacía imposible imaginar su vida sin él; sin su olor, sin su tacto, sin sus ojos rasgados al sonreír que tanto le recordaban a los suyos. Ese nudo en la garganta que se le formaba cuando escuchaba su voz tan cerca y a la vez tan lejos al otro lado del teléfono. Le gustaba imaginàrselo como era èl, con un cuerpo tan grande y a la vez tan vulnerable, con un corazòn tan rebosante de amor que su nobleza le hacía especial. Una mamà con suerte, no sabìa si èl serìa tambièn un niño con la misma, pero sì que estaba marcado por una luz tan especial como era èl en la su inmensidad sin medidas, en su bondad sin lìmites, en su amor puro y desinteresado.
Cuántas veces habìa dormido pensando en aquella estrella donde quedaban en encontrarse cada noche cuando cerraban los ojos, aunque estuvieran lejos, porque así en sus sueños seguirían juntos cogidos de la mano por y para siempre, pasara lo que pasara, siempre junto a mamá.
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