Mientras la fidelidad disfrazada de ser vivo hace sus necesidades, escuchar los sonidos de la ciudad me ayudan a seguir escribiéndoos.
Un gato en sus primeros maullidos rompe el equilibrio producido por el suave viento al deslizarme por la pared de hojas y flores que dejo a mi izquierda mientras una reunión de jovencitos elevan la voz en aras de ganar un protagonismo de bajo calado expulsando nimiedades propias de la edad. Se ve que la chavala del grupo le es muy interesante y le hace poco caso.

Un golpe de acelerador en la lejanía acapara mi atención mientras prosigue el ritual de mi cuadrúpedo compañero de aventuras; no existe centímetro cuadrado por oler y huzmear y sí, tampoco centímetro cuadrado por mear.
Un cruce, silencio absoluto por las cuatro esquinas, ciento de agradable temperatura entrando de frente sin muro que lo frene. Si no estoy en el cielo mucho se debe parecer a esto.
La noche se acelera cuando las luces de mis vecinos se apagan al mismo ritmo que sus vidas por hoy. Ya es hora de acicalar los cartones, acariciar al orejón y tal vez soñar con el día mañana, no sin antes dar gracias por otro vivido.
Buenas noches.
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