Mendigando a ras de suelo, ¿pero y por eso soy un inculto?
La pregunta tiene su miga; muchos pasan por la acera esquivando, más bien huyendo de mí, pensando que les voy a atacar, atracar o incluso rozar. Pensarán que soy alérgico al agua o algo parecido a la parte lipófila de un fosfolípido…
Luego viene más; esa segunda parte que es la que le da sentido y contenido a este escrito en mi vieja libreta adornada con leves pero incesantes goterones de vino barato que emborrona más que emborracha. Y he ahí la colección de miradas de asombro: un mendigo leyendo.
Pues sí, aquí donde mi atusar de canas de longitud prominente se alinea al mismo ritmo que mi pasar de páginas de toda clase de libros de aventuras, históricos o de divulgación científica caen en mis manos, soy un lector de los que dicen empedernido. Incluso me atrevería a decir adicto. Porque no sólo el vino de cartón crea afición y adicción, el cartón de las pastas esconde un mundo maravilloso de hazañas, unas inventadas, otras consentidas y consensuadas y sobre todo, aquellas que han de venir y ahí es donde e incorporo momentáneamente a aplaudir al ser humano.
Bien podría contarles de memoria las andanzas y desventuras de Pierre Aronnax, William Hamleigh, Rob J. Cole o como Li Wenliang moría alertando a la humanidad, pero muchos creeríais, en vuestra más absoluta incultura, que estoy ebrio y solo digo tonterías.
Permítanme que juegue a crear una moraleja de mi propio escrito: el hábito no hace al monje, ni la ropa de marca al señor.
Sean felices.
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