Con el compás armonioso va caminando rumbo a no sé dónde y no mira atrás. Ni debe…
Acabo de girar una esquina de cualquier calle y me he topado con ella, una estampa llena de sobriedad, muy austera. La que todos esperamos año tras años que se produzca, la que desde pequeños hemos visto un par de veces en la semana, a lo sumo tres.
Él va delante y yo tras él, a pocos metros. El paso es ligero. Sólo él y yo, nadie más. Nada puede estropear la estampa. Va descalzo, besando el asfalto y veo sus talones, azotados por las horas, llenos de tizne… Los brazos se balancean armoniosamente, con los puños semicerrados y de vez en cuando utiliza uno de ellos para llevárselo a alguna parte del rostro, no veo a dónde.
Salió de dónde quiera Dios que saliera con un destino, un rumbo marcado. Llegó a ese destino e inició otro tras una cruz que le marcaba el camino y una vez acabado vuelve a emprender un trayecto más, esta vez el de regreso y espero que por el camino más corto.
Es curioso, pero…, estando ambos en desigualdad de condiciones, él con el rostro oculto, yo con el mío al descubierto, ninguno conseguiremos cruzar las miradas. Yo no lo alcanzaré, prefiero no usurparle su silencio y recogimiento, y él…, él estoy seguro de que no volverá su mirada hacia mí, no le intereso. Tiene que llegar a su último destino para sentirse en paz, consigo mismo y con Dios, … también con sus hermanos ¿por qué no?, es la sensación de las cosas bien hechas, de los deberes aprobados. Todos hemos tenido esta sensación alguna vez. Una sensación que te permite respirar mejor, estar en tranquilidad…
Antes de que termine la calle se detiene en un portal y sin volver la mirada a ningún otro lugar marca con su dedo una llamada al porterillo de una puerta. Alguien esperaba su llegada pues le abre sin preguntar, agacha su cabeza para poder entrar en el zaguán mejor. Una vez dentro y mientras la puerta se cierra observo como se va descubriendo el rostro con la ayuda de sus dos manos, pero sin detenerse ni volverse atrás. Ya estoy a la altura del zaguán y a pesar de no querer se entrometido, me pica la curiosidad y no puedo evitar mirar hacia dentro. Pero la puerta se cierra. Los cristales son moteados de color amarillento, no puedo ver si se trata de hombre o mujer, de pelo corto o largo, claro u oscuro. La puerta se ha cerrado…ya no lo podré saber. Sólo veo su sombra traslucida subir unos escalones y perderse en la vidriera que sólo me deja ver su silueta de forma difuminada. Apareció como si de un fantasma se tratase y se esfumó como tal …
Seguramente llegará arriba sin responsabilidades, saludará a la persona que lo esperaba y que le ha preparado una palangana con agua y polvos de talco para que introduzca en ella sus pies, esos pies que dentro de poco volverán a soñar con este día, … pero dentro de un año.
Se deja caer en un sillón reconfortante, suspira de cansancio y piensa para él mismo que es un ¡Nazareno de Sevilla!