No quiero , no puedo pensar que cuando vea al Señor de Salud por las calles en la madrugá del Jueves Santo tú no vayas a estar allí. No soy capaz de hacerme a la idea que nunca más tocarás el martillo, aunque seguro que donde estés estarás dando órdenes a los de aquí abajo…
Te hiciste inmortal en el amor de los mortales que soñábamos con verte cada madrugá, escuchar tu voz rota cuando ya amanecía el viernes… La voz de bronce que elevó a los cielos a todo el que se postraba a los pies de ese Jesús Nazareno que derrochaba Salud por las calles… Tú que guiabas a quienes eran los pies de Nuestro Señor de «Los Gitanos», te has marchado dejando sin luz y sin camino a muchos.
Recuerdo que fue la primera vez que acudía in situ a un Pregón de la Semana Santa, y qué suerte la mía que fue para escucharte a ti, para disfrutar con el desgarro de tu voz detrás de un atril. Por ti me picó el gusanillo y fuiste mi inspiración para mi único pregón que guardé en un cajón por vergüenza a que alguien pudiera leerlo.
Te conocí como persona, conocía a tu mujer, a tus hijos, más allá de las trabajaderas… Eras amigo y eras grande. Un granuja y pícaro que te arrancaba una sonrisa y siempre con un piropo en la boca para todos los que te compraban el pescao, allí en PIO XII.
Gracias Juanma por tanto, por hacer llegar de esa forma, tan grande y particular, el Amor a Dios entre claveles rojos. Gracias por hacer grande al invisible, porque hiciste que payos y gitanos se arrodillaran ante el Dios de todos.
Que la tierra te sea leve, maestro de tanto…